Las chicas quieren divertirse
Combinación siglo XXI de Asesinos por naturaleza y Scarface, Spring Breakers levanta polémica por su desenfado, lo explícito de sus imágenes y de su lenguaje, y porque tiene a un par de ídolas de Disney ya convertidas en señoritas haciendo cosas no aptas para la TV infantil. Candy (Vanessa Hudgens, de High School Musical), Faith (Se- lena Gomez, de Los hechiceros de Waverly Place) Brit (Ashley Benson), y Cotty (Rachel Korine, esposa del director Harmony Korine) son las cuatro amigas adolescentes que deciden tomarse una semana en sus estudios en primavera (de allí el título orignal) y pasarla bomba en Florida. Para solventar el gasto, deciden robar un restaurante. Lo hacen, pero las cosas terminan mal. Apresadas, se relacionan con Alien, un por momentos irreconocible James Franco, que viste y camina como un rapero, un tipo de temer. Se mueve del otro lado de la ley, con drogas y armas, y las chicas -que en apariencia sólo querían divertirse- van a tener unas experien- cias, cómo decirlo, inolvidables.
Korine ha retratado a adoles- centes del mundo marginal esta- dounidense, como guionista de otros (Kids) o como realizador (Gummo). Aquí redobla la apuesta desde todo punto de vista, porque Spring Breakers pinta como filme de culto, una exploración artística desde la imagen -la iluminación es de Benoit Debie, de Irreversible, como para que vayan preparándose-, pero también más allá de lo narrativo.
La exposición sin censura -esce- nas de sexo, consumo de drogas, en eterno clima fiestero- puede saturar a alguno, pero la subida a la montaña rusa es tan empinada que garantiza una sensación de descontrol cuando el carrito empiece su descenso y nada pueda detenerlo.
Korine es enérgico e irónico - Alien les canta un tema de Britney Spears a las chicas- y cuando todo exceso parece sobrepasado, demuestra que tiene dominio de la situación. Claro que la atención más morbosa estará puesta sobre Hudgens y Gomez, y Spring Breakers es el vehículo ideal para romper con los moldes preestablecidos de sus carreras. Malhabladas, sexies y violentas, las chicas se ponen salvajes en un cóctel potente para desprejuiciados, un relato sobre la moral y lo amoral lo suficientemente abierto para que el espectador apruebe o desapruebe tamaña festichola de estímulos.