El imposible eterno presente
Debo decir que no soy precisamente un partidario del cine que representa Harmony Korine. Por ejemplo, Julien Donken-Boy, que coescribió y de la cual es director no acreditado, me gustó poco y nada. Su estética feísta y supuestamente provocadora siempre me pareció bastante vacía, sin sustancia. Por eso no me entusiasmaba demasiado en la previa Spring breakers (que en la Argentina lleva el innecesario título adicional Viviendo al límite), porque me imaginaba que el asunto iba a venir por la deconstrucción irónica del mundo adolescente Disney y las mecánicas fiesteras de la era universitaria en los Estados Unidos.
La deconstrucción existe, pero lo que menos hay es ironía, porque Korine piensa primero en la historia y sus personajes, y luego en la mirada estética, cultural y social. Es cierto que la elección para los protagónicos de dos chicas emblema del mundo Disney, como son Selena Gómez y Vanessa Hudgens, más la presencia de Ashley Benson (otra actriz con una carrera muy vinculada al cine juvenil más liviano), su esposa Rachel Korine y James Franco (especialista en roles paródicos, ahora catapultado al estrellato en Hollywood) constituye todo un gesto, pero quedarse con esto sería un análisis limitado. La historia de cuatro chicas universitarias que financian sus vacaciones primaverales a Florida robando un local de comida rápida, para luego zambullirse en un raid de drogas, alcohol y descontrol, donde terminan conociendo a un gángster que las adopta (si es que adoptar es el término correcto), es sólo el punto de partida para el realizador, que va construyendo uno de esos típicos relatos donde se va percibiendo que una etapa termina y comienza otra.
Las chicas de Spring breakers se emborrachan, se drogan, exponen sus cuerpos frente a la mirada masculina, roban, portan armas como si fueran juguetes, parecen no detenerse ante nada, pero se asustan cuando son arrestadas o la chance de sufrir dolor (físico o mental) se hace palpable. Y sin embargo la película nunca las juzga en sus contradicciones o vacilaciones, nunca las observa a la distancia, sino que se pone a la altura de sus ojos. No se detiene en el retrato sarcástico de un universo de pura superficie, donde todo está sobreactuado (el sexo, la violencia, la amistad), sino que se pregunta qué hay detrás de ese supuesto vacío.
Y lo que vamos viendo es que ese rejunte de luces, de ruido, de gritos, de cuerpos-mercancía no es más que un engranaje dentro del sistema, un momento de dispersión para las jóvenes, que van dándose cuenta que les espera un futuro de retorno a sus hogares, a la universidad, a las típicas responsabilidades que les ordena la sociedad. La razón de que no puedan escapar de eso porque no solamente se conecta con el entorno, sino con su propio ser. La energía de la que disponen y aunque pretendan que sea eterna, que ese momento de liberación nunca termine, lo cierto es que el relato se va impregnando de una notoria melancolía. Es cierto que es una melancolía particularmente explosiva y violenta, pero no deja de ser melancolía al fin, porque de esos días que viven las chicas, a mil por hora, pronto sólo va a quedar el recuerdo.
Varios críticos señalaron que Korine busca crear una poética espiritual, al estilo Terrence Malick, pero con una estética videoclipera, basada en una ecléctica banda sonora (que combina el dance con el tecno, el acid rock y sigue la lista), la repetición de imágenes en un montaje furioso y una fotografía que a partir de los brillos resalta el artificio. Y algo de eso hay, porque las voces en off de las protagonistas están marcadas por una idealización que remite mucho a pasajes de Badlands, La delgada línea roja o El nuevo mundo. Pero el principal mérito de Spring breakers es aplicar el espíritu de los films de John Hughes, como El club de los cinco, a la velocidad y volatilidad contemporánea. Trascendiendo el cinismo y el sarcasmo barato, compone unos personajes profundos y queribles.
En una escena donde las chicas están en una pileta, Faith (Gómez) dice algo así como “quisiera que el tiempo se detuviera, que nos quedemos así para siempre”. Las amigas se ríen un poco de eso, pero la puesta en escena delata que todas ellas necesitan, ansían eso, por más que vayan adivinando que nunca lo van concretar.