Chubby style.
Tal vez la primera heroína al estilo James Bond haya sido la alemana Ingrid Schoeller en Agente 008: Operación Exterminio del héroe trash italiano Umberto Lenzi; aquella película era un producto de explotación de la saga de 007 que formaba parte de la primera ola del Eurospy. Y casi con la misma premisa de aquellas parodias y exploits de la década del 60, y de otras más actuales como Austin Powers, llega esta tercera película en la que coinciden Melissa McCarthy y Paul Feig. Otra vez juntos en una comedia, otra vez en una película de amistad fuerte entre chicas y, como en The Heat (estrenada acá bajo el horripilante título de Chicas Armadas y Peligrosas), otra vez en un entorno vigilante.
Claro que ese entorno milico (en The Heat FBI, en ésta CIA) no es utilizado para esparcir propaganda sino para parodiarlo, pero siempre hay algo de legitimación de las fuerzas de seguridad más reaccionarias en este tipo de productos cuando no están hechos desde los márgenes. Porque aunque Spy comparta premisa con parodias clase B o con cine de explotación periférico, viene del establishment hollywoodense y con 60 palos de presupuesto. Sin embargo, más allá del tufo a los Superagentes y otras bazofias propagandísticas en formato naif, Spy centra su fuerza en Melissa McCarthy y eso es lo que uno se lleva; la genial performance de una gorda que se pone al hombro una película en donde el desenlace de la acción mucho no nos interesa pero su interpretación física -en una vistosa mezcla de slapstick con artes marciales- proporciona una ridícula y potente cadencia entre tierna, chistosa y violenta.
La gordita es una agente de escritorio que está enamorada de su compañero valiente y fachero (Jude Law). Y, después de una situación que no vale la pena contar, asciende a agente de campo, a ponerle el pecho a las misiones con el apoyo moral de la aparatosa Miranda Hart. La heroína de la CIA tiene como antagonista a Rose Byrne, nuevamente mala hasta los huesos como en la divertida Bridesmaids. Spy no provoca las carcajadas sostenidas de ese THC fílmico que es The Heat (una de las mejores comedias de los últimos años) porque al ritmo no lo sostienen los chistes como en aquella, sino el despliegue físico y visual. McCarthy no alcanza la chispa de aquel personaje de cana psicópata de barrio escrito por Katie Dippold dos años atrás pero, de todos modos, logra levantar una comedia que sin ella habría sido una olvidable película de acción.