Cada vez que a la cartelera entra una película como Spy: Una espía despistada, el público debería sentirse agradecido. Hoy en día, las buenas comedias escasean en las salas comerciales, en las que se impone un blockbuster serio, políticamente correcto y homogeneizante.
Las sagas Bond, James Bond, que se consolidaron cuando la Guerra Fría aún estaba caliente, no sólo dieron a luz a un subgénero bien definido (el de espías y agentes secretos) sino que dieron pie para hacer algo mucho más interesante y placentero: la autoparodia a secas, la ridiculización del modelo original, la burla autoconsciente en versión extraoficial. El esquema 007 es simple: agente secreto fachero y mujeriego tiene como misión imposible infiltrarse en banda criminal para frenar plan maquiavélico que incluye bomba atómica.
Pero lo que interesa, tanto en las franquicias originales como en los productos derivados como el que nos ocupa, no es tanto el argumento en sí sino lo que sucede en él. Es así que en Spy, protagonizada por la talentosa Melissa McCarthy y dirigida por el no menos genial Paul Feig (quienes ya trabajaron juntos en anteriores películas), lo que cuenta son los medios y no el fin, el camino y no la llegada: los enredos con mujeres con licencia para infartar y todos los momentos de acción, gags y gajes del oficio.
Susan Cooper (McCarthy) es una solterona que trabaja en una oficina de la CIA desde la cual guía, cucaracha audífono mediante, al verdadero especialista en la materia: Bradley Fine (Jude Law), el encargado de satirizar al Bond de la película. Pero debido a un percance que no se puede revelar, Cooper deberá calzarse los guantes de su 007 preferido y convertirse en una impensada agente secreta, con la misión de frenar a una banda de malhechores que quiere activar, ¿adivinen qué? Sí, una bomba nuclear.
Lo que viene es un tour de force plagado de chistes políticamente incorrectos para la desaprobación del espectador "progre", y a un ritmo de montaña rusa que recorre varias capitales del mundo (París, Roma, Budapest). Sin duda los dos personajes que se roban la cinta, además de Cooper, son el encarnado por Jason Statham, un agente insoportable y ridículamente fanfarrón, y el interpretado por Peter Serafinowicz, una especie de italiano degenerado con ínfulas de Don Juan.
Paul Feig conoce a la perfección los códigos y las convenciones de los distintos géneros que aborda y el resultado es de una libertad y una violencia graciosísimas, donde el humor físico para que se luzca McCarthy (quien se cansa de reírse de sí misma) es la columna vertebral alrededor de la cual se construyen las dos horas que dura el filme.