Una forma de entender la comedia
A partir del título que le pusieron en Argentina a Spy, subtitulada como Una espía despistada, podemos elaborar una mirada sobre cómo la comedia es pensada por un tipo como el director Paul Feig en relación a los distribuidores de cine y un público determinado, el argentino. La película imagina a Melissa McCarthy como una empleada de escritorio de la CIA, capaz de asesorar al espía de turno pero incapaz de vivir por su propia cuenta esas aventuras. Pero, por esas arbitrariedades tan divertidas de las buenas comedias, McCarthy es enviada a una peligrosa misión. Ya sabemos: la comediante es una mujer robusta, alejada de los cánones de belleza que instala el cine -y Hollywood más precisamente- y eso nos obliga a pensar que no podríamos imaginarla cumpliendo su rol de manera adecuada (menos acá, en la tierra del “linda lechona” a lo Emlio Disi). Perdonen la barbaridad, pero alguno habrá pensado “es gracioso porque es gorda”. Y, claro, la espía no puede ser muy lista, tiene que ser despistada y tonta, y le tiene que salir todo de suerte. Atando todo esto a un imaginario que tiene al Clouseau de La pantera rosa y al Drebin de La pistola desnuda como ejemplos más acabados de todo aquello que representa la torpeza en el cine. Es comedia, hay que venderla como una tontería divertida.
Pero alguien no leyó la sinopsis. O, peor, no entendió el cine de Paul Feig o no entendió el sentido del título original, que certifica sin ningún juego de palabras malintencionado las capacidades de su protagonista.
Susan Cooper, la agente interpretada por MacCarthy, puede ser insegura, tener la autoestima demasiado por el suelo, pero si hay algo que no es, es tonta. Todo lo contrario: es inteligente, sagaz, y además una laburante súper profesional, con las capacidades intactas para desarrollar esa tarea. Y, además, Feig no se permitiría elaborar una comedia alrededor de una mujer estúpida. ¿Acaso no vieron Damas en guerra o Chicas armadas y peligrosas? De lo que trata Spy, una espía despistada es de cómo una mujer no demasiado reconocida logra hacerse valer ante un universo de hombres que van del narcisismo a lo obsceno (mirar si no las identidades que le dan como agente encubierta); sobre cómo hacer visible a un laburante de escritorio, a un ser gris dentro de una estructura gigantesca (y un poco llena de alimañas, está claro) que se vale de cientos de personajes como ella para el lucimiento de dos o tres referentes que brillan.
Y de lo que trata en definitiva Spy, una espía despistada, es de cómo un tipo como Paul Feig se toma en serio la comedia a partir de tomarse en serio a las criaturas que habitan allí dentro (se la toma más en serio que los que distribuyen la película, de hecho). Porque su film también podría ser pensado como una sátira del cine de espionaje, pero en verdad no lo es tanto: es una de espías hecha y derecha, aunque con la presencia de personajes que desacralizan ese universo y permiten que la mirada vire hacia lo humorístico, que de eso se trata también la comedia: las secuencias de acción son rigurosas y verosímiles, la violencia es sumamente física e impactante, los personajes actúan como si estuvieran en algo realmente serio (allí brilla la jefa Allison Janney, el mejor personaje trazado detrás de MacCarthy).
Y si bien Feig no logra profundizar su mirada como en sus dos comedias anteriores, y aquí esa reflexión sobre lo femenino en un mundo de hombres queda un tanto relegada ante el exuberante ruido de la acción y los viajes por el mundo que precisa el género de espionaje (no alcanzan del todo los vínculos que genera la protagonista con los personajes de Miranda Hart y Janney), lo que sobresale es la capacidad cómica del director y esa notable colaboración que logran con la impar MacCarthy: hay humor sofisticado, soez, escatológico, visual, verbal, y todo tiene su coherente relación con la puesta en escena de cada secuencia y con la lógica de cada personaje. Y la actriz le pone el pecho a todo lo que el director propone, y juntos son un cerebro con una función principal potenciada: hacer reír. Es como si Feig entendiera que las historias de espías precisan del humor como un elemento implosivo más, y por eso la película fuera más desfachatada en su objetivo. Por suerte hay gente que entiende el género y lo hace gozar de muy buena salud, a pesar de los títulos que los distribuidores les ponen a las películas.