La espía equivocada
El 2015 va a ser recordado como el año en que los grandes estudios más han revisitado el género de espionaje. Al esperado estreno de una nueva entrega de 007, varias producciones como Mortdecai, el artista del engaño (2015), Kingsman: El Servicio Secreto (2014) y ahora SPY: Una espía despistada (Spy, 2015), han recuperado las virtudes de un estilo que permitió forjar carreras de grandes actores y actrices, como así también de sagas inolvidables.
En SPY: Una espía despistada está Melissa McCarthy como Susan Cooper, la asistente del estereotipado y elegante agente secreto Bradley Finn (Jude Law) de quien está, además de feliz por ayudarlo en las misiones, perdidamente enamorada. Pero un día Bradley es asesinado en medio de una peligrosa misión en la que intentará acercarse a Rayna Boyanov (Rose Byrne), terriblemente mala y con intenciones de matar a quien se le cruce en el camino. Susan es reclutada como agente en acción, para acercarse a la misteriosa mujer antes que ésta venda una bomba nuclear.
Paul Feig, un clásico hacedor de comedias, impregna a SPY: Una espía despistada de un cuidadoso timming y de punchlines que no hacen otra cosa que reafirmar a Melissa McCarthy como uno de los nuevos exponentes de la comedia ácida y mordaz más corrosiva. Película con clave física (el cuerpo se expone en todo sentido) y verbal, es tan exacta -la precisión del guión- que justamente sorprende. Será por eso que Susan no teme ponerse en ridículo ante cada una de las misiones que será expuesta: pasará de amante de los gatos, a una sexagenaria solitaria, o a una madre soltera con cuatro hijos que parecen salidos de un campamento Amish, debiendo adaptarse a cada situación. Pero Feig no sólo expone al ridículo a ella, también será objeto de burla el agente Rick Ford (con una creación completamente diferente de Jason Statham), un imbécil y borracho que se cree más que lo que realmente es, y que meterá la pata en cada paso que intente dar en la misión.
La película fluye a fuerza de gag y golpe de humor negro, convocando a lo corrosivo como material de corte para cada uno de los chistes que a lo largo del metraje apuntalan las divertidas misiones de los protagonistas. Como exponente de género SPY: Una espía despistada cumple con todos las premisas necesarias para conformar su verosímil, potenciando aquellas características comunes a los films de espías y aprovechando la tecnología y efectos especiales para redoblar su apuesta. Feig filma todo con sobriedad y dinamismo, uno de los puntos a favor de la cinta.
Porque el mayor mérito de SPY: Una espía despistada es que en su aparente superficialidad y en su contenida gráfica publicitaria, hay escondida una gema que no hace otra cosa que sumar incorrección política (la gran clave de los films de Feig) y universalizar su narración a partir de una puesta en escena cuidada (travellings, paneos) y un dedicado trabajo de producción que refuerzan el sentido de ser explosivo y entretenido de la película, tan ecléctico y dinámico como su principal protagonista, la inmensa Melissa McCarthy.