Hay roles que, uno tiene la impresión, Bill Murray puede hacer hasta dormido. O que nació para interpretarlos. A esta altura, sería más lógico pensar que los guionistas/directores hasta los crean para él. Este es el caso del Vincent que da parte del título a esta comedia dramática dirigida por Theodore Melfi en la que Murray interpreta a una de las versiones más excesivas de esta criatura: un viejo solitario, gruñón, alcohólico, jugador, agresivo, económicamente quebrado y caótico con el que muy poca gente quiere cruzarse y mucho menos tener que hablar. Si bien se lo ha comparado mucho al personaje que el propio Murray encarnó en RUSHMORE, de Wes Anderson, yo lo veo más bien como un pariente cercano –más fastidioso aún, pero a la vez más cómico– del que hizo Clint Eastwood en GRAN TORINO.
A Vincent le toca vivir una de esas circunstancias tan típica y conceptualmente cinematográficas que uno tiende, de entrada, a desconfiar. A la casa de al lado de la suya se muda una mujer recientemente separada con su hijo de 12 años. La mujer (Melissa McCarthy) tiene que trabajar todo el día y –tras una serie de incidentes con el chico en el nuevo colegio al que va– no le queda otra que dejarlo “al cuidado” del desagradable Vincent, que se da cuenta que puede hacer algo de dinero como babysitter y termina tomando este “trabajo” en el cual no tiene mucho que hacer más que prepararle algunas sardinas con galletas al chico y llamarlas “sushi”. Y seguir con su vida… normal.
stvincent1Todo lo que sucederá después entra, en los papeles, en el terreno de lo previsible, pero la personificación de Murray es tan ajustada y su timing cómico tan preciso que ST. VINCENT se impone más allá de esas marcaciones tan prefiguradas del guión. Es que el Vincent de Murray es un personaje construido, da la impresión, tanto en base de otros roles del actor con algo que uno imagina es parte intrínseca de su personalidad: el tipo que parece gruñón, desprolijo y hasta agresivo pero que, casi a su pesar, termina mostrando eso que algunos llamarían “un corazón de oro”.
La relación entre el niño maltratado en la escuela pero inteligente y rápido para ir entendiendo cómo viene la mano –y a quien tiene de “cuidador”– y este hombre que de a poco va dando muestras de ser menos bestia de lo que parece está extraordinariamente lograda y es el corazón de la película que, en su segunda mitad elige correrse más claramente hacia un lado dramático con un par de subtramas y situaciones que bordean lo sensiblero pero que, al llegar al final, terminan siendo perdonables en función de la fuerte y curiosa alianza que Melfi logra crear entre los personajes.
stvincent3Es que además de Vincent y el pequeño Oliver tenemos a una prostituta rusa ya algo mayor y embarazada llamada Daka (Naomi Watts, un poco excedida hacia un registro más claramente cómico pero igual con un par de escenas notables), a la siempre preocupada madre del niño (McCarthy en un rol casi serio, en el que nunca intenta “competir” con Murray), un profesor de la curiosa escuela religiosa a la que va el chico (el siempre genial Chris O’Dowd) y algunos otros que no conviene develar aquí. Lo que se genera entre todos es una especie de familia sustituta, un lugar en el que el caos de Vincent trata de convivir con los esfuerzos de la familia de al lado que, con una demanda de divorcio en puerta, saben que no deberían estar demasiado con este sujeto impresentable.
Sí, Vincent lleva a Oliver a las carreras, a bares en los que termina borracho, le presenta a su amiga y “dama de la noche” y nada de eso cuenta, digamos, como una buena educación para el niño, lo mismo que sus intentos para ayudarlo a defenderse mejor de los compañeros de escuela enseñándole algunos golpes bastante tremendos. Pero, claro, finalmente esa forma de vida de Vincent, por un lado, libera al niño de algunos de sus miedos y lo protege, a su modo, de la serie de situaciones complicadas que debe vivir. Y, por otro, el propio Vincent descubre que el niño termina siendo una presencia fundamental en su vida… y no solo porque tiene más suerte que él a la hora de apostar a los caballos ganadores.
stvincent2Pese a esos momentos en que la película parece haber equivocado el camino desviando tempranamente el relato hacia una zona un tanto más cursi y cercana al golpe bajo, el secreto de Melfi y en especial de Murray es que no hay forma de hacer que el actor termine abrazando el lado más sentimental que le propone el guión, dando siempre un toque de cinismo cáustico aún a las escenas supuestamente más emotivas. Finalmente –y acaso por eso mismo– la emoción termina invadiendo la película, pero a esa altura ya se siente tan legítima como ganada, tan preparada dramáticamente como genuina en su ejecución.
De todos modos, nada sería lo simpático que es de no ser por el gran Bill. Su mueca de disgusto permanente, sus violentas y a la vez graciosas respuestas y reacciones, su manera de entender el timing cómico (un silencio breve, una mirada, mucho con poco) son tan perfectas que no hay manera de no rendirse ante su talento, sabiendo que de no ser por él la película seguramente dejaría ver más claramente sus puntos más huecos y su ingeniería de guión. A diferencia de otras películas más ostensiblemente cómicas en las que ha participado (ST. VINCENT tiene un aire más de comedia dramática indie que de comedia-comedia digamos), a Murray se lo nota especialmente concentrado e integrado al relato, sin intentar jugar como nexo/guiño entre lo que pasa en la pantalla y el espectador, cosa que suele sucederle a muchos comediantes –especialmente los surgidos en la televisión– y le ha pasado algunas veces a él. No, aquí Murray se cree el personaje, vive adentro de él y nos regala una de las mejores y más completas creaciones de sus últimos años.