Historia simple, fábula cotidiana
Tras los pasos de Wes Anderson, Bill Murray se nos presenta ahora como un hombre triste y abatido, sonámbulo, que despertará ante un estridente malestar. Un veterano de Vietnam convertido, muy a pesar suyo, en niñero del hijo de su vecina
Intentar caracterizar a Bill Murray a través de su filmografía, que data desde el año 1979, nos permite acercarnos a un costado del cine industrial de las grandes corporaciones, ya que desde sus primeros films, desde el género comedia, nos fue ofreciendo ese tipo de personajes que se ubican en el espacio de los inadaptados sociales, de los que no tienen en cuenta las reglas de la corrección política, de los que permanecen ajenos a los cantos de sirena de la sociedad del bienestar.
Es por eso que Bill Murray, quizás el más melancólico de los comediantes del cine de las últimas décadas, pasó a ser el elegido por realizadores tales como Jim Jarmusch, Harold Ramis (uno de sus compañeros de insólitas aventuras en Los cazafantasmas, de Ivan Reitman, estrenada a mediados de los '80) y de quien lo fue posicionando como su actor fetiche, Wes Anderson, quien desde Los excéntricos Tenembaum, del 2001, lo tiene como destacada y esperada presencia en cada uno de sus films. Recordemos que en esta misma semana podemos ver en las salas de los complejos del Village y del Showcase la tan aplaudida y cautivante obra de este director, Grand Hotel Budapest, basada en escritos de Stefan Zweig, sobre la Europa de los años '30, en un escenario fabulesco; merecedora de varios premios internacionales y nominada para los próximos premios Oscars en ocho categorías. En este film, Bill Murray, quien logra una notable composición junto a otros del grupo Anderson, tales como Edward Norton, Adrian Brody, Willem Dafoe, Jason Schwartzman, compone a Monsieur Ivan, "Conserje del Hotel Excelsior Palace y Miembro de la Sociedad de las Llaves Cruzadas".
En Flores rotas, de Jim Jarmusch, del 2005, el personaje de Bill Murray, a partir de haber recibido una carta de parte de una de sus ex amantes, en la que se le informa sobre una supuesta paternidad (lo que la lleva a visitar a cada una de ellas para tratar de saber sobre ese hijo que quizás lo esté esperando). Aquí, en esta opera prima de Theodore Melfi, St. Vincent, Bill Murray asume magistralmente el rol de un hombre misántropo, ex combatiente de Vietnam, que de pronto, ante una confrontación inicial, con fuerza de choque, pasará ser en su desolada y olvidada existencia una suerte de niñero del hijo de su nueva vecina, pese a él. Pese a sus resistencias, pese a ese árbol caído y el enojo ante el destrozo de su cerca de entrada.
Desde un guión en el que reconocemos muy de manera explícita los llamados lugares comunes, a partir del encadenamiento de situaciones que van anticipando lo que ya se va dando de antemano; St. Vincent, pese a ello nos pone frente a un film no ya con Bill Murray, sino "de Bill Murray". Es su actuación que lo emparenta al de tantos otros films, particularmente, estimo, la que cumple en Perdidos en Tokio, de Sofía Coppola, la que pasa a primer plano, la que ocupa la pantalla.
Y ahora desde su personaje, Vincent -que guarda cierta relación con el que Clint Eastwood interpretó en Gran Torino- que se recuesta en el sillón de una supuesta indiferencia y al mismo tiempo, para sorpresa del niño que ahora está bajo su cuidado, pasa a ser protagonista de otro tipo de situaciones que tienen diferentes signos, Bill Murray se irá construyendo ante la mirada de ese niño que asiste regularmente a una escuela católica irlandesa, como ese santo humano y mortal que escapa a todo santoral canonizado, según los viejos preceptos.
Entregado al alcohol, apostador de carrera de caballos, de respuestas agresivas, y por momentos pariente del veterano de Karate Kid; amante y un poco más de una "dama de la noche" nacida en Rusia, rol que cumple la admirable Naomí Watts, Vincent se nos va mostrando, igualmente, desde la mirada del niño (Jaeden Lieberther, de once años), hijo de una asistente en un centro sanatorial (Melissa Mc Carthy), en otras facetas que despiertan humor, asombro, ternura. Y que nos llevará a conmovernos con algunas situaciones algunas muy ocurrentes, abiertas a la reflexión. En esta apreciación, subrayo aquellos momentos en los que coloca por encima de su desaliñada y diferenciadora indumentaria, un guardapolvos blanco. ¿Hacia dónde irá nuestro personaje, ahora, vestido de esta manera?
Así, desde ese nuevo rol que la circunstancias lo llevan a asumir, cifradas en un cobro de once dólares por hora, Vincent al cuidado del pequeño Oliver, y siempre acompañado por su adormilado gato blanco; tan sonámbulo como él, descubrirá, junto a este niño, que aún no puede comprender lo que acontece a su alrededor, un sentido ya olvidado de la camaradería y pasará a ser valorado como jamás lo imaginó; más allá de aquella fotografía junto a sus compañeros de armas, cuando, en nombre de la patria, perdió su sonrisa y arrinconó la esperanza, allá, en Vietnam.