Probablemente nadie recuerde en “St. Vincent” un solo fotograma, toma o secuencia donde se vislumbre un giro en la historia de séptimo arte (aunque el plano medio y contraplano cenital de los créditos es un gran ejemplo de epílogo con poder de síntesis), pero sí tendrá un lugar en la memoria de los espectadores que, como uno, aman el trabajo del actor y la dirección de actores en una obra cinematográfica. Es gracias a ellos que éste estreno empuja el pulgar hacia arriba.
Vin o Vincent (Bill Murray) es hosco, huraño, fumador, ludópata, alcohólico, egoísta (ponga usted dos o tres adjetivos más en ésta línea y seguramente no se equivocará). (Sobre)vive en la casa que seguramente habrá podido comprar en tiempos mejores, y trata de meter algún acierto a los burros para pagar deudas, incluida la que mantiene con algún prestamista paciente pero firme allí, en el mismo hipódromo. Un gato parsimonioso y holgazán estilo Garfield (pero blanco), y la ocasional visita de Daka, una prostituta rusa (Naomi Watts), embarazada y de pocas pulgas, son su única compañía. Uno intuye en éste hombre, quedado en el tiempo, que si alguna vez estuvo en “el sistema” fue cuando estuvo casado, antes de conminar a su esposa a un geriátrico al cual, por supuesto, adeuda mucho dinero de cuotas atrasadas.
Lo bien que le viene entonces la llegada de Maggie (Melissa McCarthy), mujer especialista en escaneos de alta complejidad, divorciada de su marido mujeriego y madre de Oliver (Jaeden Liberher), un niño de unos 9 años, brillante pero con poco barrio.
El nuevo cuadro de situación obliga a Maggie a pedirle a Vin que sea el “niñero” de Oliver, mientras ella intenta reacomodar las cosas. Obviamente, el eje central será la relación entre el viejo y el joven, o entre la experiencia (aunque no sea la mejor) y la inocencia, o entre el perro viejo y el cachorro. Como sea, estamos frente a una “buddy movie”, o sea, el tipo de guión que confronta dos personalidades aparentemente antagónicas.
Luego de los primeros minutos entre estos dos personajes se va vislumbrando una tendencia hacia la temática de las relaciones humanas, la tolerancia y poder ver en el otro más allá de lo evidente. Saber mirar al prójimo con un prisma distinto del de los prejuicios. Será Oliver quien transparente en Vincent las cualidades que él mismo no se molesta en resaltar, ayudado en todo caso por su afán de subrayar lo desagradable de una personalidad que está casi en guerra contra el mundo.
Todo el elenco se destaca en esta ópera prima de Theodore Melfi, quien deja en claro, con mucha solidez, su habilidad para el manejo de los tiempos, para el humor, cierto ingenio y filo para los diálogos (sobre todo entre Oliver y Vincent), y una buena capacidad como director de actores.
”St. Vincent” es una comedia dramática, en todo caso con patina cuando se apoya en un costado moral, o en la deliberada intención de bajar líneas religiosas que empañan la naturalidad de esta agradable pintura sobre gente común.