El triunfo de la obviedad
Desde su punto de partida, St. Vincent contiene innumerables clichés de la comedia dramática indie estadounidense, incluyendo (sin repetir ni soplar):
Un niño demasiado inteligente para su propio bien (Jaeden Lieberher), que acaba de mudarse con su madre soltera (Melissa McCarthy) al barrio y al colegio, donde es víctima de bullys.
Un viejo amargado y solitario (Bill Murray, el Vincent titular) que conoce al niño (es el vecino de al lado), se relaciona con él reticentemente (le hace de niñero porque necesita plata) y se abre a nuevas experiencias y relaciones.
La trágica historia de fondo del viejo amargado que “justifica” su cinismo para con el mundo y muestra que tiene más matices; porque las apariencias engañan y no hay que juzgar a un libro por su portada, muchachada.
Personajes marginales simpáticos con sólo referencias veladas sobre las vidas de mierda que llevan porque principalmente están para ser simpáticos (como Naomi Watts haciendo de una stripper/prostituta rusa y embarazada que tiene encuentros con el personaje de Murray) (Ésa es una frase que jamás creí que iba a escribir).
Un straight man (o personaje serio, con sentido común, que sirve de contraste a las payasadas del personaje cómico), esta vez en la figura de la madre responsable aunque sobrepasada por las circunstancias (McCarthy).
Situaciones poco creíbles dentro del verosímil construido por la misma película y el género al que suscribe, como una madre que llega a la instancia de un juicio por tenencia sin saber que su hijo estuvo semanas y meses paseando con un viejo putañero, alcohólico y apostador.
Bullys que se transforman en amigos.
Representantes de instituciones autoritarias que son copados (el hermosamente irlandés Chris O’Dowd haciendo de cura maestro que acerca a sus alumnos a la religión desde una visión contemporánea y cotidiana).
Bill Murray (se) explota acertadamente en su etapa de viejo cascarrabias y el casi abandono del histrionismo a favor del deadpan.
Situaciones amenazantes que pierden todo su peso una vez solucionadas, sin consecuencias (como matones que van a romperles las piernas a alguien pero cuando lo dan por tal vez muerto nunca chequean si sobrevivió y les da pereza insistir en reclamar su pago).
Una banda sonora indie y amena.
Sin embargo funciona. ¿Por qué?
La respuesta, como ocurre con muchos otros interrogantes de la vida, es Bill Murray. Su Vincent no es unidimensional. No se “cura” de su miseria milagrosamente. De hecho, a lo largo del film, su situación económica y física va desmejorando. Sin embargo, es consistente con su forma de ser. Sigue siendo un amargo alcóholico putañero, pero también continúa ayudando, con la misma reticencia. Aunque St. Vincent responde al tropo de la redención, no hay una salvación definitiva para Vincent, sólo seguir sobreviviendo.
St. Vincent es, también, uno de los films donde Bill Murray (se) explota acertadamente en su etapa de viejo cascarrabias y el casi abandono del histrionismo a favor del deadpan, después de su re descubrimiento a través de Perdidos en Tokio y sus trabajos con Wes Anderson, esquivando las variaciones en piloto automático que ha entregado en algunas películas de la última década.
El actor tiene particularmente buena química con Naomi Watts (quien logra darle algo de vida a su personaje brutamente delineado y sin trasfondo), así como con Melissa McCarthy y el pre-puber Lieberher. La primera, aunque cumple, no está cómoda en el papel del straight man. Se le notan las ganas de andar corriendo y tropezándose junto a los hombres del reparto. El segundo evita todas las muecas e impostaciones de muchos de los niños actores. Chris O’Dowd, pese a un rol que sólo le sirve para acumular secundarios hasta llegar a su primer protagónico en Hollywood, le encuentra la vuelta para darle encanto a un personaje que podría haber sido insufrible de no ser por su metro noventa de carisma irlandesa.
Theodore Melfi propone visualmente tan pocas ideas como desde la historia: travellings vertiginosos para los momentos de aventuras, planos centrados y fijos cuando hay figuras de autoridad. Su máximo logro para St. Vincent, pareciera ser, fue el conseguirse un excelente elenco.