Quizá te cruzaste a alguno de ellos en algún bar de San Telmo, cerca de medianoche. O en pequeños espacios para standaperos de la ciudad y alrededores. Damián Quillici, Seba Ruiz y Germán Matías trabajan en fábricas y talleres de día pero cazan el micrófono y, mientras tomás una cerveza, hablan de su vida en la villa. Con la brutalidad más descarnada y, paradójicamente, el sentido del humor más fino. Con tanta libertad, provocación e incorrección política que la gente se descostilla. El director de este más que divertido documental, Jorge Croce, tuvo varias buenas ideas, empezando por la de registrar el trabajo de sus tres protagonistas. Lejos de quedarse en sus personajes de escena, se mete en sus casas, habla con sus familias y hasta le toma el pelo al contexto con una ficción dentro del documental. En la que un fiscal de la corrección política, funcionario del Inadi, los censura, los cita e intenta explicarles el absurdo: que no está bien decir negro, a tipos que se llaman negro a sí mismos. Ese límite, esa frontera entre un humor que puede resultar agresivo para unos, liberador para otros, se pone en palabras de los protagonistas, en cuyos shows los prejuicios de la clase media, o el humor de los que están del otro lado de la General Paz, son material para hacer chistes que, bien mirados, parecen gritos. Así, Stand up villero pone en imagen lo sabido: que el humor es una herramienta filosa para mirar la realidad.