Los humanoides no descansan.
Star Trek - Sin Límites, dirigida por Justin Lin y producida por J. J. Abrams, logra sostener el producto no sólo en términos comerciales, sino sobre todo en lo narrativo y estético, sin lesionar ni debilitar el espíritu de la saga.
A diferencia de las incursiones cinematográficas de la troupe original de la popular serie televisiva Viaje a las estrellas, que a pesar de contar con las presencias estelares de William Shatner y Leonard Nimoy nunca consiguió producir más que un puñado de películas modestas, el relanzamiento de la saga apadrinado por la figura cada vez más influyente de J. J. Abrams, ha conseguido completar con éxito su primera trilogía. El estreno de Star Trek - Sin Límites termina de darle forma al triángulo que componen Star Trek - El futuro comienza (2009) y Star Trek - En la oscuridad (2013), ambas con Abrams como director, productor y principal responsable del eficaz lifting operado sobre la saga. El éxito fue tal, que le sirvió al último gran creador que dio el cine fantástico de gran presupuesto para ganarse la posibilidad impostergable de dirigir el Episodio VII de La guerra de las Galaxias. Aunque continúa vinculado al proyecto como productor, lo cierto es que la salida de Abrams dejó vacante la silla de director de esta tercera entrega de Star Trek. Dicho lugar lo ocupa esta vez el taiwanés Justin Lin, quien además de conseguir que su trabajo no desentone con lo hecho hasta ahora, logra sostener el alza del producto no sólo en términos comerciales, sino sobre todo en lo narrativo y estético, sin lesionar ni debilitar el espíritu de la saga.
Tal vez el gran aporte de Star Trek - Sin Límites sea el uso del humor de un modo mucho más amplio y menos marginal que en las entregas anteriores, en las que el recurso por supuesto estaba presente, pero subsumido a la acción y la aventura. Esta vez reviste tal importancia que marca el tono de apertura de la historia, con el capitán Kirk fracasando estrepitosamente en una misión de paz cuyo objeto, a la postre, resultará fundamental en el hilo de la historia principal. Este cambio, que sin ser radical es por lo menos significativo en el tratamiento narrativo, sin dudas es menos responsabilidad de Lin como director que de la renovación completa de la plantilla de guionistas. La misma incluye esta vez a Doug Jung, novato escritor de televisión, y sobre todo al reconocido comediante y guionista inglés Simon Pegg, que además forma parte del buen elenco con el que cuenta el film. Pegg, que ha dado sobradas muestras de saber de qué se trata el asunto –su currículum incluye los libretos de películas de culto como la comedia zombie Shaun of the dead (2004) o Paul (2011), sobre la amistad entre dos fanáticos de las historietas y un E.T. medio hippón–, consigue darle al humor el espesor suficiente como para que el rol del comic relief, en lugar de encontrarse limitado a un único personaje, se lo vayan alternando entre sí las estrellas del elenco.
La película cumple con todos los presupuestos que nacieron con la famosa serie, creada por Gene Rodenberry en la década de 1960. Entre ellos el de presentar un universo rico y diverso en especies humanas o humanoides, que comparten en paz el espacio universal, unidos bajo la figura política de la Federación de Planetas. Star Trek - Sin Límites da grandes muestras de imaginación, como el diseño del planeta artificial Yorktown que, por supuesto, es una urbe moderna y fabulosa que remeda a la Gran Manzana en versión interestelar. El film aprovecha todo eso para ofrecer una visión del mundo integradora y plural, en la que todos tienen (o pueden tener) su lugar. No es casual que en medio de esa gran diversidad llevada a extremos universales, el guión se permita la interesante novedad de romper el paradigma machista y patriarcal dándole a uno de los miembros de la tripulación de la nave Enterprise una identidad que se aparta de la lógica heterosexual. Es cierto que se trata de un simple detalle dentro de una secuencia en la que seres de todos los rincones del cosmos comparten en paz un espacio urbano. Sin embargo es un gesto potente que con gran inteligencia conecta una visión de fantasía acerca de la diversidad, con una realidad concreta que trasciende la pantalla. Un gesto como ese, realizado con convicción pero sin subrayados que lo destaquen de manera artificial e innecesaria, resulta un aporte interesante a esta aventura a la que no le falta nada. Ni siquiera los explícitos homenajes a los actores Leonard Nimoy y Anton Yelchin, ambos fallecidos entre el rodaje y el estreno del film.