Guarden un secreto: hay directores “industriales” de Hollywood que, en medio del gran espectáculo, están creando una obra personal; Justin Lin es uno de ellos. Camuflados detrás de las andanadas de efectos especiales, le están poniendo corazón y dándole sentido al artificio. Esta tercera Star Trek es la historia de personajes enfrentados a un peligro sin nombre, pero desde la primera secuencia, puro humor con recuerdos de Gremlins, sabemos que la cuestión pasa por un grupo de personas en su día a día. Que transcurra en el espacio exterior es lo que nos permite apreciar el juego: la película habla de cómo un montón de personas dedicadas a una tarea establece lazos de amistad, aprenden a contar unos con otros, tienen sus tristezas y sus alegrías, dejan salir el coraje de vivir, ni más ni menos. Todo tiene humor y Lin comprende la diferencia entre Star Wars y Star Trek: si la primera es el gran conflicto mítico, la segunda es sobre lo cotidiano, y así es como plantea el relato, siempre más cerca de los personajes que de los espacios infinitos, utilizados aquí para generar emoción y no como mero ejercicio técnico.