Como en el caso de Star Wars, son bienvenidos los cuidadísimos relanzamientos de las saga galáctica de la Enterprise. Ultra conscientes de que juegan con un material tan querido, los realizadores, atentos a los detallas, trabajan, y se nota, desde el entusiasmo -artístico y comercial- por contar las aventuras del Capitán Kirk, Spock y los demás integrantes de esta nueva generación de tripulantes.
Esta tercera entrega, dirigida por el experto en acción Justin Lin (Rápidos y Furiosos) después de las buenas y hasta muy buenas dos primeras, vuelve a apoyarse en el cariSma de sus personajes y la relación que los une. Compañerismo, complicidad y un optimismo que está en el histórico corazón trekkie, abierto a la exploración de lo nuevo y lo desconocido. Pero como se dice en una de las primeras escenas, hasta esa aventura puede volverse rutinaria y aburrida. Y cuando más de uno está pensando en cambiar de trabajo y preparando secretamente el discurso de despedida de sus amigos, aparece el villano de turno, Krall, que en un primer encuentro hace polvo, casi literalmente, la Enterprise.
Lo que sigue son casi dos horas de escapes, peleas, explosiones y luchas por la supervivencia y por derrotar al malvado y su ejército de trolls. Un desarrollo que termina por desgastar el interés y podría haberse condensado en menos minutos. Importa mucho más lo que les pasa a los personajes, diversos y de gran corazón. En la balanza entre aventura bombástica y comedia, la segunda gana, con chistes que funcionan y el carisma de sus actores: el estupendo Zachary Quinto, el lindo Chris Pine, el británico (también guionista) Simon Pegg y un tembloroso Anton Yelchin, fallecido hace pocos meses, con acento ruso.