Se cumplen 50 años desde que vimos por primera vez la nave USS Enterprise en la serie original de televisión concebida por Gene Roddenberry, pasaron 12 películas, 4 series, comics, libros e infinidad de merchandising.
En Star Trek encontramos el primer antecedente del fandom tal cual lo conocemos hoy en día y es un fenómeno que no para de crecer. Un claro ejemplo es este estreno (el film número trece en la saga) y una nueva serie que debuta el año que viene.
En 2009 JJ Abrams le dio una lavada de cara a la franquicia cuando todos creían que no daba para más y antes de pasarse para el bando contrario (fue el director de Star Wars: El despertar de la fuerza, 2015) entregó una de las mejores encarnaciones en la secuela de 2013.
Aquí vuelve como productor y es Justin Lin el se sentó en la gran silla y quien a pesar de todo pronóstico y muy malos trailers hizo un trabajo formidable ejecutando puro entretenimiento y diversión con todos elementos bien trekkies.
Lo que a mi particularmente me gustó mucho es que por primera vez desde el reinicio vemos a toda la tripulación bien consolidada y que se conoce con vínculos profundos, algo que no sucedía hace tiempo.
El elenco es formidable con la dupla Chris Pine-Zachary Quinto a la cabeza y eso causa que no se pueda dejar de pensar en la lamentable muerte de Anton Yelchin.
Asimismo, Leonard Limoy -quien también nos dejó hace poco- está muy bien homenajeado en más de una escena.
Por otro lado las secuencias de acción están bien logradas pero tampoco son lo mejor e incluso en algunas secuencias se nota mucho el CGI. Pero esa es la única crítica negativa que le puedo hacer porque todo el resto es magnífico.
Star Trek sin límites es un verdadero exponente de cine de ciencia ficción pero aún más importante es que se trata de una obra con pura identidad de esta maravillosa saga.
Larga vida y prosperidad.