Indudablemente estamos frente a uno de los íconos cinematográficos más importantes de la historia del cine, pero además Star wars es un símbolo que trasciende el séptimo arte para instalarse como ícono cultural mundial. Nadie que dentro de (juguemos un poco) mil años analice la historia de la humanidad en profundidad podrá soslayar éste producto cuando llegue al capítulo del arte hecho industria. Pesado precedente para hablar de esta última entrega que se anuncia como el final de la saga. Mentira. No es el final de nada, salvo que alguno de los espectadores que concurran al cine piense que quienes están detrás del nuevo negocio de Disney van a renunciar a seguir ganando millones y millones de dólares. Imposible. Eso sí, nobleza obliga, este vendría a ser el final del linaje de uno de los apellidos más ilustres de esta industria: Skywalker.
Desde que J.J Abrams se hizo cargo del timón los episodios vistos en 2015, 2017 y este año cobraron frescura, vida propia, ritmo (trepidante, lejos de la carreta de bueyes que dirigió George Lucas en la trilogía de la precuela), y sobre todo una inteligente instalación de personajes que de ahora en adelante serán los favoritos de esta nueva generación porque hay que decirlo: desde 1977 a este jueves han pasado más de 42 años, es decir más de dos generaciones de espectadores que desde aquel entonces a hoy muchos son abuelos.
Como es habitual, cada episodio arranca con un rodante de letras amarillas que nos aclara el cuadro de situación, es decir de qué la va el estreno de marras, para que todos estemos en tema. Una pequeña trampita, porque sin este inicio escrito habría que ver cuántos episodios sobreviven en sí mismos como película. “Star Wars: El ascenso de Skywalker” no es la excepción, así que. banda sonora clásica de John Williams mediante, sabemos lo que se viene.
El lado oscuro, la fuerza detrás de la creación El Imperio Galáctico venía de capa caída cuando Darth Vader se carga al Emperador Palpatine en el episodio VI. Pero un resurgimiento de esta fuerza oscura viene amagando con cobrar predominancia a partir de la reaparición de Palpatine (Ian McDiarmid) en las sombras de un planeta secreto llamado Exegol, al cual quiso llegar Luke (Mark Hamill) antes de pasar a mejor vida. Mientras tanto, Rey (Daisy Ridley), la heroína de la esta trilogía, entrenada por el propio Luke, siente cada vez más fuerte la conexión con Kylo Ren Skywalker (Adam Driver), el nuevo Darth Vader, digamos, quién, por supuesto, quiere llevarla al lado de los malos convenciéndola que es su destino. A su vez, la resistencia a cargo de Leia Organa Skywalker (Carrie Fisher) y los nuevos líderes, Finn (John Boyega) y Poe (Oscar Isaac), acompañados por los eternos robots C3PO, R2-D2 (Arturito para los amigos) y B-B 8; encara la misión de conseguir un artefacto que permitirá a todos encontrar el famoso planeta para acabar definitivamente con la creación de la Nueva Orden.
Esto es, más o menos, el esqueleto de un guión que en todos los episodios ha sostenido el ritmo narrativo en una misión a cumplir, y del éxito o fracaso de esa gesta surgían las continuaciones. Desde ese punto de vista, la aceleración de las acciones y el rebote de los escenarios de estas remiten a las viejas máquinas de flipper, en donde la bola plateada rebotaba veloz y repentinamente contra palancas y resortes, o sea: por momentos podemos seguirla con la vista, por momentos no (la persecución entre naves saltando ocho veces por el hiperespacio sería una muestra). De los últimos tres, El ascenso de Skywalker tiene la carga más pesada porque no sólo debe cerrar los cabos de toda la historia, sino además tratar de contentar a la mayor cantidad de fans posible apelando a la emotividad que provoca ver por última vez a los queridos personajes de las tres originales. Es tan grande la obsesión por asegurarse que estén todos en la fiesta que por momentos deja de importar si estas apariciones sirven o no para contar la historia. Tanto es así que la justificación de las voces de Yoda u Obi Wan es más concreta que la aparición del querido Lando Calrissian (Billy Dee Williams).
Por querer llegar al meollo de la cuestión, que es la emoción por el cierre de esta historia, la dirección de J.J. Abrams se precipita. Como un corredor olímpico de carrera de obstáculos que sí llega al final triunfante, pero se lleva puestos un par. Por eso es casi imposible analizar ésta película sin entenderla como un fenómeno cultural. Quedarán de lado algunas licencias narrativas y la parte atolondrada de la narración, “Star Wars: El ascenso de Skywalker“ es una suerte de despedida, y como tal lo más recomendable es abrazarse a ese tinte nostálgico y emotivo que propone. Ya habrá tiempo de sacar nuevamente el sable láser.