Lo primero que hay que agradecerle a J. J. Abrams es que sea fiel al espíritu alegre –a pesar de las tristezas propias de cualquier cuento de fantasía– de la serie. Después de todo, se trata de persecuciones, carreras, peleas y aventuras en un mundo inventado: la gravedad artificial de “Episodio VIII” cargó todo de una pesadez imposible.
El film está lleno de peripecias, respeta eso de parecerse a un serial clásico y cierra todos los hilos abiertos en las películas anteriores. Aunque se nota que hay reescrituras varias, que hay imágenes que no se sabe qué hacen (hacia el final, unos planos desde el “Halcón Milenario” totalmente inexplicables) y que ciertos momentos parecen sacados de otras películas (de hecho, la resolución de uno de los conflictos centrales se parece –con diálogo y todo– demasiado a la situación similar de “Avengers-Endgame”).
Pero al menos no nos aburrimos ni nos atosigan con esa idea de que más vale inmolarse cruelmente que pelear por la bondad con una sonrisa. También, por suerte, nadie retomó el tema de los niños rebeldes con el que parecía cerrar la película anterior y que tenía un tufillo a “los rebeldes nos volvemos ISIS” o “los niños van a salvarnos a sablazos cuando llegue el momento” más que preocupante.
En fin: cierre digno y sin problemas para una galaxia que influyó mucho y ahora está demasiado al alcance de la mano.
PD: ¿Cómo puede ser que en un universo tan lleno de planetas todos sean hijos, hermanos, nietos o primos de las mismas personas?