Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana, cada estreno de una película de estas que hoy se consideran tanques hollywoodenses, era una pequeña fiesta. Había que esperar varios meses para que un gran éxito llegara a nuestro país.
Era una época dorada donde Lavalle era la calle de los cines y un sábado a la noche era imposible conseguir una sola entrada si no se compraba con la suficiente anticipación. Los cines se llenaban no solamente en la platea sino todo el pullman e inclusive algunos contaban con superpullman, con largas filas circundando todas las escaleras.
Por suerte, Lavalle era (y lo sigue siendo…) peatonal, porque era imposible atravesarla en la hora pico en donde todos los espectadores intentaban incorporarse a las largas filas frente a cada uno de los cines, mientras una muchedumbre intentaba, a su vez, salir de las funciones que terminaban.
En ese contexto de esplendor de la pantalla grande (ahora interpelado por la piratería, el streaming y tantas otras opciones de ver “cine” en casa o en la propia compu o cualquier otro dispositivo) somos muchos los que pudimos encontrarnos con la creación de un director hasta entonces prácticamente desconocido –sólo había presentado “American Graffitti”-, George Lucas.
En 1977, Lucas revoluciona absolutamente el mundo del cine con una de las sagas más famosas de toda la historia del séptimo arte que ha logrado atravesar varias generaciones y tener un innumerable grupo de fanáticos alrededor del mundo.
Así, subiendo varios pisos, en el superpullman del cine “ALFA”, uno de los emblemáticos cines de aquella calle Lavalle, en uno de esos multitudinarios sábados a la noche, pude ver en pantalla grande “LA GUERRA DE LAS GALAXIAS”, este ícono del cine que después sería revisitado una y otra vez cuando saliesen sus secuelas y cuando el cine de barrio la pasara en doble programa con algún otro estreno del momento.
Allí estaban unos jovencísimos Harrison Ford, Mark Hamill y Carrie Fisher en los personajes que los marcarían a fuego en sus carreras y en el reparto aparecían, entre otros, dos estrellas de la talla de Sir Alec Guiness y Peter Cushing.
Mucha, muchísima agua bajo el puente ha pasado en esta galaxia, tanto como que aquel adolescente ávido de cine de super acción ha devenido en un señor maduro, con más de medio siglo encima y esta saga, que en principio se había presentado como una trilogía, ha atravesado unas cuántas entregas más, llegando ahora a la cartelera lo que se presenta como el capítulo de cierre de la historia, la novena película de la franquicia: “STAR WARS: El ascenso de Skywalker”.
El terceto protagonista Hamill – Ford – Fisher, pasa la posta a otro trío que componen Ray (un excelente acierto de casting al haber elegido a la carismática Daisy Ridley para este papel), Poe (Oscar Isaac) y Finn (John Boyega, también conocido por su trabajo en “Pacific Rim” y algunas series televisivas). Fundamentalmente en lo que acierta J. J. Abrams, es en recuperar el tono de la trilogía inicial y dotar a este último capítulo de la saga no solamente de una estética y un diseño de arte notable, sino también de un ritmo que no decae en ningún momento, luego de la presentación inicial de los personajes, hasta un final a pura batalla.
Durante casi dos horas y media de película, Abrams demuestra que tiene oficio, que sabe lo que hace y conduce una historia que tiene todos los elementos que tanto los fans como el público en general esperan de una película de la franquicia: hay humor, hay comedia, hay drama, romance, persecuciones, batallas, efectos especiales, aparece también el drama en los conflictos que se presentan y en la ética y la moral de cada uno de los personajes, pero por sobre todo hay nostalgia en abundantes dosis.
Abrams hace aparecer no solamente a los tres protagonistas icónicos (aunque quizás haya un poco de abuso en la utilización de la Leia diseñada digitalmente) sino que también aparecen otros personajes emblemáticos de los diferentes momentos de la saga que ya nos interpela a la emoción y el recuerdo desde la secuencia de títulos iniciales en donde nos permitimos sumergirnos en un universo que ya forma parte de la memoria colectiva de varias generaciones.
Sumado a esto, aparecen grandes hallazgos en los nuevos personajes que presenta este episodio –a R2D2, C3PO y BB8 se le suma un nuevo integrante de la troupe de robots- y un necesario aggionarse a los tiempos que corren con un mensaje -algo obvio- si se analiza la diferencia de lo que han logrado las figuras femeninas a lo largo de toda la saga, llegando en este último tramo a un protagonismo central, presentándose como figuras fuertes y de poder dentro del rol que presentan cada uno de los personajes.
El bien y el mal, la oscuridad que habita dentro de cada uno, el lugar que uno ocupa dentro de una estructura familiar y el peso de los antepasados, vuelven a ser los grandes temas de la saga, con un peso fuerte e insoslayable sobre la figura del padre y sus mandatos ancestrales.
Todo eso vuelve a estar presente una vez más en este último capítulo, deconstruido y redefinido acorde a estos nuevos tiempos, pero el espíritu de la saga está intalterablemente presente y no solamente en su temática y su apego a las fuentes, sino también en la galería de personajes secundarios que recorre “STAR WARS: EL ASCENSO DE SKYWALKER” en donde se percibe el gran homenaje, el sentido de resumen y la apelación absoluta a la nostalgia y a repasar el tránsito de estos más de cuarenta años que han transcurrido desde que Lucas presentase por primera vez a todos sus personajes.
Otro de los grandes aciertos de esta última entrega es la combinación de la épica con la historia de amor de los dos “héroes”, opuestos que se atraen, que generan una impactante tensión y una gran química en pantalla con el Kylo Ren de Adam Driver (nuevamente en un gran trabajo), y el mencionado gran acierto de casting que significa Daisy Ridley en el rol de Ray.
No hay mucho más para decir, mucho más para analizar que no sea invitar a que cada uno que en algún momento haya visto algunas de las entregas de la saga, se deje llevar por ese espíritu que nos mueve el cine, por ese niño interior que se despierta cuando las luces se van apagando y disfrutar de más de dos horas en una galaxia muy muy muy lejana donde los Jedi seguirán buscando la fuerza e impartir la luz frente a tanta oscuridad.