El apagón de la fuerza.
Hace mucho tiempo, 42 años para ser más precisos, en una galaxia muy lejana se comenzó a explorar todo el universo cargado de elementos fantásticos que creó George Lucas. La ópera espacial que aterrizó en 1977 es, al día de hoy, una de las mayores franquicias que sigue generando millones año tras año, junto a una multitud de fans que siguen abrazando sus historias y personajes. No obstante, si bien los films continúan siendo pasión de multitudes con su gran poder de convocatoria, lo cierto es que su fuerza comienza a agotarse, no porque no mantenga los valores y elementos que la saga sabe enaltecer, sino porque en la reiteración de una fórmula efectista dicha fuerza es la misma pero con un menor brillo.
El noveno film de la saga es también el final de la nueva trilogía creada por J.J. Abrams en 2015, y que ahora vuelve detrás de cámara para darle su cierre tanto a lo que él comenzó, como también a los 42 años de historia de Star Wars. El film pone a las fuerzas del bien y el mal una vez más en conflicto, esta vez con la oscuridad siendo liderada por el regreso del emperador Palpatine (Ian McDiarmid), personaje clásico de la saga que se mantuvo perpetrando sus planes desde las sombras. Uniendo sus fuerzas con la del conflictuado líder supremo Kylo Ren (Adam Driver), el escenario deposita a todas las piezas para conformar la mayor amenaza para la galaxia… aunque a fin de cuentas todo se reduzca al mismo conflicto clásico y los riesgos de siempre.
Del lado de las fuerzas del bien se encuentra, como siempre, la resistencia, con el liderazgo de la general Leia (Carrie Fisher en una actuación post-mortem gracias a material no utilizado en los films anteriores), y a la leal cofradía de los ya conocidos y queridos protagonistas. Lo que logra el film en esta última aventura es aprovechar mucho más la camaradería nacida entre la amistad de Rey (Daisy Ridley), Finn (John Boyega) y Poe Dameron (Oscar Isaac), e incluso las intervenciones en el grupo de personajes más entrañables como C-3PO (Anthony Daniels) y Chewbacca (Joonas Suotamo). Su mayor tiempo en pantalla juntos, más la variedad de lugares recorridos y conflictos en el camino hacen que se sienta ese gran sentido de aventura que casi no se detiene hasta el final. Es cierto que, por momentos, la aventura puede resultar demasiado clásica y repetitiva al conocer los episodios anteriores, pero en ningún momento pierde su valor como entretenimiento.
El drama interno tanto de Rey como de Kylo Ren es lo que liga de manera tan cercana, pero en veredas opuestas, a la relación de estos personajes. El peso de sus responsabilidades se ve conectado intrínsecamente al valor del legado y la identidad. La ira y el carácter descontrolado de Kylo responde a la culpabilidad de los actos cometidos, alguien que mientras intenta honrar la memoria de su abuelo siente en su ser la traición a la sangre al haber asesinado a su padre. Las grietas que surcan el casco con el que oculta su rostro se presentan como las heridas abiertas de su atormentada alma y el resquebrajar que se produce en su lucha interna por escoger el bien. Por otro lado, Rey es quien debe lidiar con el significado de los lazos sanguíneos, luchando entre la pérdida de sus padres a temprana edad y la ira de descubrir que su origen y falta de identidad se ven estrechamente relacionados a la figura de Palpatine.
El film se encarga de colmar cada nuevo planeta visitado, cada peligro afrontado y cada plan organizado, uniendo la aventura con todos elementos que expresan y exploran la importancia de la identidad y los lazos en torno al conflicto de sus personajes. De allí que se pueda apreciar el sentido de amistad y familia que hay entre los tripulantes del Halcón Milenario, con la búsqueda nostálgica que unifica y diferencia a la vieja generación de la nueva. Esto mismo muchas veces se excede en su utilización y hace que en gran parte se sienta como un intento de contentar en todo a los más fanáticos de la saga, lo que hace que en definitiva no haya riesgos tomados. El recaer constantemente en ello, más una construcción de historia que en sus mejores momentos se ve en su mejor forma pero que cuando intenta forzar las cosas decae demasiado, hace que muchas de las elecciones narrativas tomadas se vuelvan simplistas.
Uno de los mayores problemas de este último episodio es que el planteo de la historia y el desarrollo de sus eventos, si bien se disfrutan y entretienen, parecen ser pensados como ocurrencias sobre la marcha y no como algo que estaba ideado desde la hora de comenzar y contar una nueva trilogía. Tal vez por eso se los denomine como episodios y no partes, algo que existe en su propia forma sin relacionarse demasiado con lo que lo precede o sucede. La (re)invención de villanos en cada episodio y las contrariedades discursivas de ciertos personajes entre un film y el otro, hacen que al llegar a éste último se perciba la historia como algo que funciona de manera independiente en partes pero no en su totalidad.
La diversión y lo emotivo siempre están presentes, sobre todo para los más fanáticos que crecieron con esta saga, y es allí donde más brilla El ascenso de Skywalker, cuando no estaciona el relato simplemente para ofrecer algo efectista, sino para hacerlo crecer y avanzar con sus aventuras. La elección de intensidad que acompaña una familiar puesta de soles demuestra que el film de J.J. Abrams tiene la fuerza necesaria para crear una buena historia. Pero ya va siendo hora de mirar otros cielos y conocer que más hay para contar.