El regreso de la aventura
El creador de Lost y director de las dos últimas rendiciones de la otra saga espacial por excelencia, Star Trek, recupera el espíritu aventurero de la trilogía original, evitando esa carga trágica y “oscura” que había llevado casi al ridículo al Episodio III.
La fuerza (que no la Fuerza) del evento es tan fuerte que resulta casi imposible evadir perspectivas, juicios a priori y comparaciones con el resto de la saga. Desembarca finalmente el Episodio VII de Star Wars y lo hace con todo el aparato de prensa pisando el acelerador, el griterío de los fans de fondo y, en el caso de la Argentina, un nuevo record de salas a su disposición: 450, casi la mitad de las que dispone el país. Y el pedido encarecido, casi un ruego, de no contar nada de nada de esas tres o cuatro revelaciones telenovelescas de la trama que, al fin y al cabo, poco y nada influyen en el disfrute que el film puede llegar a proveer. Es que, para muchos, se trata de algo más que una película: un mito, una religión, la vida misma (o algo mejor que ella) proyectada en la pantalla. Ahí está, nuevamente, la placa del inicio, la misma de siempre, con los compases de John Williams acompañándola, como un logotipo de dos líneas, prometiendo una nueva dosis de eso que el adicto está esperando con desesperación: “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...”.Star Wars: El despertar de la Fuerza, ahora bajo el dominio del emporio Disney y sin George Lucas ocupando un rol central, retoma la historia de los primeros tres largometrajes, unos treinta años después de la clausura de El regreso del Jedi, con Luke Skywalker perdido en algún lugar del universo, el Lado Oscuro apoyando a la Primera Orden –nueva reencarnación de la política imperialista y fascista luego de la caída del Imperio–, y la implacable Resistencia haciendo lo que mejor sabe hacer: resistir. En esos primeros minutos los guerreros blanquecinos del mal arrasan con toda una población al intentar recuperar un preciado mapa, información que, nuevamente, llevará en sus tripas un droide, familiar del más famoso R2D2. Y al cabo de algunas escenas surgirá con claridad uno de los personajes centrales de esta nueva entrega: Finn (John Boyega), el stormtrooper desertor que, junto con Rey, la joven chatarrera del planeta Jakku (Daisy Ridley), ocupan el centro de la escena. Al menos hasta la aparición con vida del legendario Han Solo (Harrison Ford, ¿podría ser otro?), quien afortunadamente tiene bastante que hacer en las más de dos horas de proyección, nuevamente a bordo de su Halcón Milenario.J. J. Abrams (el creador de Lost y director de largometrajes como Super 8 y las dos últimas rendiciones de la otra saga espacial por excelencia: Star Trek) recupera el espíritu aventurero de la trilogía original y suscribe una parte sustancial del énfasis en la acción, evitando esa carga trágica y “oscura” que había lastrado y llevado casi al ridículo al Episodio III. Los mejores momentos, los más disfrutables y nobles, son indudablemente aquellos en los cuales los personajes discuten, corren, disparan y tratan de escapar de algún peligro, acompañados por el sentido del humor acuñado por algunos diálogos y situaciones, que ayudan a que las aristas más solemnes de la trama pasen algo inadvertidas. Es una pena que el paso de screwball comedy ensayado en un principio por Rey y Finn sea borrado de un plumazo para nunca más volver, reemplazado por un esquemático y trivial concepto de romance en ciernes. Y que el guión –del propio Adams, Michael Arndt y el veterano Lawrence Kasdan– que comienza hilvanando pacientemente relatos paralelos y equidistantes, apelotone luego momentos climáticos y confidencias (y una cantidad ingente de encuentros físicos en lugares imposiblemente gigantes, probablemente otro record histórico).El despertar de la Fuerza también puede ser vista como una oportunidad perdida de volver a foja cero, de reinventar la leyenda con nuevos tópicos e ideas. A tal punto que, en gran medida, la película funciona como una suerte de remake de La guerra de las galaxias (la que luego sería rebautizada como Episodio IV), por su estructura básica pero también por la evidente reedificación con variantes de escenas puntuales: el saloon espacial, el encuentro y enfrentamiento entre padres e hijos, el vuelo acrobático en pos del punto débil de la fortaleza del Mal. En ese sentido, resulta interesante preguntarse hasta qué punto el espectador actual –especialmente el más joven– sigue reconociendo las referencias a los seriales clásicos, el western, la comedia alocada, el cine bélico de aviación o el swashbuckler que Lucas había impreso en la película seminal –y que Abrams repite aquí a rajatabla– o, por el contrario, esas filiaciones han quedado absolutamente absorbidas por la cosmogonía de Star Wars, como una divinidad monoteísta que ha asimilado características de otros dioses ancestrales.Es evidente que el peso de la mitología (léase: las expectativas puestas en el producto y las esperanzas de los seguidores) resultó demasiado pesado para escaparle por completo a la reinvención. Por momentos, incluso, el film se parece a una de esas fiestas del reencuentro en las cuales viejos amigos y conocidos vuelven a reunirse, aunque no tengan demasiado para decirse. Es el caso manifiesto de la princesa Leia (Carrie Fisher), personaje completa e inútilmente desaprovechado, a pesar de la importancia de las revelaciones que tiene para ofrecerle al espectador. La excepción es Han Solo, tercera pata fundamental del trío de aventureros de este nuevo capítulo que, junto al peludo Chewbacca, intentan evitar males mayores en el equilibrio de la galaxia. La joven actriz británica Daisy Ridley, por otro lado, es uno de los grandes descubrimientos de El despertar de la Fuerza: su Rey tiene precisamente eso (fuerza y Fuerza), además de entereza y presencia. A diferencia de los malos de la película, que parecen desdibujados en un rictus de maldad impostada, clones truchos de Darth Vader y del Wilhuff Tarkin de Peter Cushing. La apurada coda final anticipa nuevos descubrimientos personales y un próximo Episodio VIII. Y así la leyenda continúa, con mano firme para la aventura, pero sin demasiados sobresaltos, tratando de no pisar aquel terreno que no se vea firme y seguro.