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Luke ha desaparecido, por razones de fuerza mayor. La república muestra su lado endeble, sin caballeros Jedis que la defiendan. De las cenizas del viejo imperio surge la Nueva Orden, para restaurar el poder del Lado Oscuro.
Ese contexto es la excusa perfecta para barajar y dar de nuevo. Ya no está Lucas, y Disney es la Nueva Orden anhelando el poder perdido. En medio de decisiones puramente comerciales, acierta al poner al frente proyecto a J. J. Abrams.
Porque Lucas será un gran creador, pero Abrams es mejor intérprete, y con oficio le hace frente al desafío con convicción y cariño, sin colgarse demasiado de las viejas glorias pero sin despegarse nunca del libreto original.
Más cerca de la remake que del relanzamiento, la película se integra con coherencia con el universo de la trilogía original, ignorando por completo a la segunda trilogía y su festival de excesos (de vestuario, diseño y digitalizaciones innecesarias). Se vuelve a lo básico, contar una historia con el ritmo exacto y los intérpretes adecuados.
Sin que sobre ingenio ni originalidad, pero con más humor y sentido del tiempo, Abrams sale fortalecido de la experiencia. Los espectadores podrán estar agradecidos, los nuevos, pero sobre todo los viejos, aquellos que supieron vincularse con esos personajes creíbles y esos mundos increíbles, y que atesoran recuerdos de la infancia, esa galaxia muy lejana.