Odisea para volver a casa
¿Cómo empezar una crítica sobre una de las sagas cinematográficas que han delineado la industria cultural de los últimos 40 años? Porque el cóctel preparado por George Lucas (un combinado de space opera, la rama de la ciencia ficción más cercana a la fantasía épica y sus caballeros y princesas, con historias de piratas y de samuráis; todo bañado con una pátina de sincretismos religiosos que hizo las delicias de teóricos como Slavoj Žižek) revolucionó la industria del entretenimiento, desde la potencia visual de sus efectos especiales a la aparición del merchandising.
¿Cómo poder hablar sin spoilear nada a quien todavía no la vio? La expectativa es muy grande, tanto como el desafío afrontado por J.J. Abrams, nuevo timonel de la franquicia, que contó con el apoyo en el guión de Lawrence Kasdan, coautor de “El Imperio contraataca” y “El regreso del Jedi”. No sólo por ser una nueva cinta de la saga, sino porque se mete de lleno en la continuidad de aquella trilogía que se conoció primero, a pesar de ser los episodios IV a VI. Si la trilogía de precuelas (allí empezó a usarse la palabra) nos metía en los tiempos idealizados de la Vieja República y su declive, ahora nos enfrentamos con la pregunta: ¿qué pasó con los héroes de la infancia y adolescencia de dos o tres generaciones?
La clave del misterio
Como en las dos trilogías anteriores, la nueva empieza en un planeta desértico, en este caso Jakku. Ya los textos iniciales (sí, los renglones amarillos que fugan al infinito, mientras suena la marcha compuesta por John Williams: uno sabe hasta cómo baja la cámara, pero eso no quita la emoción) cuentan que 30 años después de la caída del Imperio, la galaxia tiene una nueva república, débil, desafiada por la Primera Orden, una fuerza salida de las cenizas imperiales. Luke Skywalker ha desaparecido luego de un incidente con uno de sus aprendices mientras trataba de formar a una nueva generación de Jedis (algo que iremos conociendo más adelante), y la ahora general Leia Organa envía a su mejor piloto, Poe Dameron, a conseguir información.
Como antaño, la información queda en el interior de un droid simpático, BB-8 (de gracioso diseño), que termina a cargo de dos personajes de lo más exóticos: un Stormtrooper desertor (ya no son clones de Jango Fett) y una chatarrera del desierto, bonita y flaca, con mucho potencial. Del otro lado está una especie de aprendiz de Sith, Kylo Ren, portador de una máscara temible y un peculiar lightsaber (se pudo ver en el tráiler) con el que se desfoga demasiado seguido. Y hasta acá contamos: los fans no nos permitirían mucho más. Pero sí: los adelantos ya mostraron que los tres protagonistas de antaño vuelven a vestir sus mantos.
Universo familiar
Abrams (que ya reactivó la franquicia de “Star Trek” poniéndole cierta estética propia de “Star Wars”, mal que le pese a los trekkies) sabe que es muy difícil sorprender desde el punto de vista de la imaginería visual, algo que la propia saga ayudó mucho a desarrollar para la historia del cine, de la mano de la compañía Industrial Light & Magic de Lucas. La apuesta entonces es por una fidelidad estética y narrativa a lo ya conocido y querido. Que la historia pueda avanzar, pero que al mismo tiempo haya tópicos familiares: un desierto en los confines del universo (una referencia bíblica, para los académicos), tensión sexual, maestros y discípulos, y lazos familiares. Y droids, X-Wings, Tie Fighters, cruceros imperiales, lightsabers sacándose chispas, tabernas multirraciales, y mucho más que no desarrollaremos en estas páginas por relacionarse con la historia. Lo que no se puede dejar de nombrar es la omnipresencia de la música de John Williams, que agrega nuevos motivos y variaciones a una de las partituras más célebres de la historia del cine.
Mitos y revelaciones
La sola aparición de Harrison Ford, el antihéroe por antonomasia de una era, en la piel de Han Solo, escoltado por el sempiterno Chewbacca (adentro está el original Peter Mayhew en varias escenas), es tan impactante como ver a la Millennium Falcon remontar los cielos; y tan fuerte como la ternura que despierta la Leia de Carrie Fisher, ya una señora, secundada por un todavía denso C-3PO (Anthony Daniels vuelve a ponerse bajo el latón dorado). Mark Hamill... bueno, puede empezar a cerrar un círculo.
Pero el hallazgo sin duda es Daisy Ridley, la encargada de ponerle el cuerpo a la chatarrera Rey: acento británico, estampa algo desastrada y pasta de heroína épica: algo que tendrá que derrochar en próximas entregas. La secundan John Boyega como el redimido Finn, temeroso pero abierto a nuevas emociones; y Adam Driver como Kylo Ren, mucho más hábil en el control de la Fuerza que de su espíritu, bastante dividido. El rol de Oscar Isaac como Dameron es como haberle dado más metraje al histórico Biggs, pero acompaña bien.
El director se da el lujo también de tener un gran elenco bajo las máscaras o el motion capture: Lupita Nyong’o como la veterana Maz Kanata, Andy Serkis (el actor más digitalizado del cine) como el Líder Supremo Snoke, Gwendoline Christie como la capitana Phasma y Simon Pegg como el traficante Unkar Plutt. Algunos podrán repetir y mostrar más, pero ya se han dado un gusto, seguramente. Como lo hace Max von Sydow en su pequeña aparición como el informante Lor San Tekka, más por ser parte del mito; del otro lado, un ascendente Domhnall Gleeson sabe que tendrá revancha con su general Hux.
La Fuerza se ha levantado nuevamente, del Lado Oscuro pero también del luminoso. Los que conserven la capacidad de asombro de una niñez en tiempos más inocentes, se sentirán de vuelta en casa. Aunque sea en una galaxia muy lejana.