la secuela que todos estábamos esperando
La saga retoma con más energía, con personajes conocidos y una camada nueva que revitaliza el universo galáctico.
Todo fan de Star Wars sintió un cosquilleo cuando se enteró de que Disney había comprado Lucasfilm, la productora de George Lucas. La picazón amenguó cuando se difundió que J.J. Abrams, cerebro detrás de Lost, iba a dirigir el primero de los tres filmes de esta nueva trilogía que son los Episodios VII, VIII y IX.
Fanáticos de Star Wars, seguidores de la Fuerza, admiradores de Luke Skywalker y Han Solo, podemos quedarnos tranquilos. El despertar de la Fuerza es la secuela a El regreso del Jedi que todos estábamos esperando. Hace honor a la saga, lo que no habían hecho las precuelas. El despertar... tiene entidad propia, porque J.J. Abrams es un buen discípulo de Lucas, pese a que no escuchara sus sugerencias para construir la nueva trilogía. Y si parece más un filme de Steven Spielberg (de quien Abrams es amigo y fan) que del Lucas de 1977 a 1983 (por favor, olvidemos la etapa de Episodio I a III), debe contarse como un elogio.
Abrams es fanático de lo que Lucas produjo entre 1977 y 1983 (los Episodios IV a VI). Y llamó a Lawrence Kasdan, guionista de El Imperio contraataca y El regreso del Jedi, por lo que el espíritu que anida en El despertar de la Fuerza está embuido, sumergido en la, llamémosle, época gloriosa del universo galáctico.
Cuando la fanfarria inicial de Star Wars, debida a John Williams, arranca, junto con el crawl con el enunciado de por dónde arranca el Episodio VII, el sentimiento de zambullirse, dejarse llevar por una nueva aventura permanece intacto. Emociona. Allí nos enteramos de que Luke Skywalker lleva años desaparecido y de que de las cenizas del Imperio surgió la Primera Orden. Que la ex princesa Leia (Carrie Fisher), hermana de Luke, ahora es generala de la Resistencia (antes, la Alianza rebelde) y quiere hallarlo. Hay que combatir a los seguidores del extinto y maléfico Darth Vader, padre de Leia y Luke.
Abrams y Kasdan entienden que se deben a un público adicto, pero también quieren generar uno nuevo, saben que niños y adolescentes ingresan al universo galáctico recién con El despertar de la Fuerza. Y entonces la ingenuidad de los nuevos protagonistas (Rey, Finn y Poe) es bienvenida. Ellos se maravillan, como los nuevos espectadores, de las figuras míticas de la saga.
Y aquí están esos nuevos personajes. Rey (Daisy Ridley, 23 años), una chatarrera o cartonera, que en el desértico Jakku rescata a BB-8, un droide rodante y pariente cercano de R2-D2 que tiene en su poder un mapa que permitiría saber dónde está Luke. En Jakku, Rey y BB-8 se cruzan con Finn (John Boyega), un Starmtrooper renegado, que no quiso participar en la matanza que abre la película, donde el piloto Poe (Oscar Isaac) le entrega a BB-8 el mapa que a su vez le había dado un aliado de Leia (Max von Sydow).
Ya saben que en algún momento Rey -que tiene un protagonismo avasallante y bienvenido, y es más heroína que Finn, a quien le dejaron más chistes que momentos de proezas, que los tiene, aunque quién sabe qué pasará en el Episodio VII dentro de dos años- y Finn se cruzarán con Han Solo (Harrison Ford) y Chewbacca. El que también quiere conseguir el mapa es el misterioso Kylo Ren (Adam Driver), seguidor de Darth Vader, que viste de negro, tiene casco y su voz sale a través de un filtro, y a quien de movida un personaje le dice que sabe a qué familia pertenece. Kylo responde al Líder Supremo Snoke (un malvado en holograma, muy desdibujado por cierto), que quiere eliminar al último Jedi, Luke, porque sin él no podrían formarse nuevos Caballeros.
Si toda película de aventuras tiene su horma en el villano, Kylo ofrece una tipología novedosa en la saga. No es un Darth Vader, es un tipo a veces temeroso, confundido, lo que lo hace bastante más rico y menos lineal que muchos malvados de estos días por esta galaxia.
Mucho pudo cambiar (o no) en los 30 años a los personajes que sobreviven de El regreso del Jedi, pero sí bastante cambió la manera de filmar. Por suerte, este Episodio VII no tiene esa manía de cortes de montaje abruptos, apresurados y modernos, y la edición es más tranquila. Se parece a la trilogía de los Episodios IV, V y VI.
Los efectos especiales (Star Wars creó los efectos especiales tal como los concebimos hoy en día, por si alguien se olvidó) son esenciales, pero no distraen. Esto es: las persecuciones y batallas de las naves espaciales desafían la gravedad, hay bichos y especies extrañas, están los sables láser, la escenografía es colorida, pero todo es un combinado.
Y aquéllos que nunca vieron un fotograma de La guerra de las galaxias, también la pueden disfrutar y entender (aunque lo primero, un poquito menos).
También, y como era de esperar, quedan muchas preguntas sin respuestas, al margen de un final presumiblemente abierto. Por qué tal personaje tiene ciertos poderes, cómo y por qué otro tenía el sable láser de Luke, de qué familia proviene la huérfana Rey, y más.
Pero la sensación que queda al final de El despertar de la Fuerza es qué bueno tener que esperar dos años para saber cómo continúa, algo mucho más placentero que la incertidumbre que tuvimos después de ver Episodio I La amenaza fantasma, y temer que todo se desbarrancara más.
“Algunas cosas no cambian”, dice Han Solo, el héroe que tanto estábamos extrañando.