El desvío de la heroína y el segundo acto
Exactamente 40 años después del estreno de Star Wars Episodio IV: Una Nueva Esperanza (Star Wars Episode IV: A New Hope, 1977) la saga vuelve a la pantalla grande para revalidar su corona de peso pesado del cine fantástico con Star Wars: Los Últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017). Claro que -como todo campeón de larga trayectoria- su carrera ha tenido altas y bajas, largas ausencias, regresos con gloria, spin-offs y hasta fan fiction proveniente de afuera del cuadrilátero del séptimo arte.
Los Últimos Jedi arranca exactamente donde nos dejó ese emotivo cliffhanger de Star Wars: El Despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015), con Rey -la heroína de esta nueva trilogía- yendo a buscar al exiliado Luke Skywalker para que la ayude con su entrenamiento Jedi. Al mismo tiempo las fuerzas rebeldes lideradas por la Princesa Leia Organa (Carrie Fisher) buscan escapar de la persecución sin cuartel de la Primera Orden, que rige la galaxia con puño de hierro bajo el mandato del Líder Supremo Snoke, quien toma un rol más activo al mismo tiempo que continúa moldeando a su gusto al joven Kylo Ren, quien sigue debatiéndose entre la luz y la oscuridad. Mientras Rey busca acercase a Luke, el resto de los rebeldes se vuelven blanco fácil de la Primera Orden, lo que obliga a Poe Dameron (Oscar Isaac), Finn (John Boyega) y Rose Tico (Kelly Marie Tran) a buscar la forma de evitarlo y salvar las vidas de los que siguen luchando.
Con una narrativa que se despega del estilo vertiginoso de Episodio VII, la película dirigida por Rian Johnson –Looper: Asesinos del Futuro (Looper, 2012), Los Estafadores (The Brothers Bloom, 2008)- distribuye el peso dramático a través del relato, dando mayor terreno al desarrollo de personajes y conflictos, pero sin desatender la vertiente aventurera infaltable en la saga. Contrario a lo que muchos temíamos, se despega inteligentemente de Star Wars: El Imperio Contraataca (Star Wars: The Empire Strikes Back, 1980), a pesar de compartir temáticas similares. Es una película que asume riesgos -para bien o para mal- y los resultados son aceptables a pesar de los problemas de un guión que no desarrolla ciertos aspectos clave y clausura otros sin mucha consideración.
Si bien Los Últimos Jedi es una historia sobre el viaje espiritual de Rey, Mark Hamill se roba el show con su interpretación de Luke Skywalker, poniéndole el cuerpo a un ermitaño que lucha contra los traumas que lo llevaron a recluirse, al mismo tiempo que busca dejar un legado, sacándole el jugo cada segundo que lo vemos en pantalla. Como en la entrega anterior, Daisy Ridley demuestra haber sido una elección acertadísima para el papel de Rey, mostrando fiereza y sensibilidad en iguales medidas. Tras la pérdida de Carrie Fisher a fines de 2016, cada aparición de Leia tendrá una alta carga emotiva que se torna ineludible.
Convirtiéndose en la película más larga de toda la saga con unos extensos 152 minutos, el segundo acto pierde un poco de empuje, al punto de empantanarse con una elaborada secuencia que -apreciando el resultado final- podría haberse obviado por completo sin que la estructura narrativa se resienta. Lo mismo sucede con el ecléctico personaje interpretado por Benicio del Toro, uno de esos actores que a pesar de interpretar a un chanta intergaláctico, un ladrón de bancos o un agente de la DEA, parece siempre canalizar el mismo espíritu.
Los efectos especiales acompañan pero no agobian, y afortunadamente ciertos bichitos que aparecían de manera prominente en el trailer no toman demasiado protagonismo; parece que algo aprendieron con Jar Jar Binks. El rojo, el negro y el blanco dominan la paleta de colores casi con exclusividad, creando una uniformidad estética que separa a esta entrada del resto y genera un estilo propio.
Los momentos de comedia innecesaria se reducen en comparación con los vistos en el film previo, si bien pequeños momentos de fan service parecen inevitables a esta altura del partido. Por suerte, algunos pasajes mucho más poéticos que involucran a los personajes clásicos de la saga tienen un poderío visual que nos hacen olvidar lo anterior.
Rompiendo con el karma dramático de la película del medio en una trilogía, Episodio VIII tiene un cierre que deja el juego completamente abierto para lo que vendrá, dando la sensación de que todo es posible. Algunas cosas funcionan mejor que otras, ciertos aspectos no serán del agrado de los fans más intransigentes y por momentos todo parece banal y estéril, en medio de este momento tan particular del cine mainstream que estrena tanques con bombos y platillos para descartarlos a los 15 días. Pero con pifies y aciertos -la medida de cada uno corriendo por gusto del consumidor- Los Últimos Jedi es una película que se anima a sacudir un poco las estructuras canónicas de una saga inconmensurable, con resultados que al menos merecen nuestra curiosidad.