Que la taquilla te acompañe
La más larga y a la fecha la más costosa, Star Wars: Los últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017) es también la película más intrusa dentro de la saga, y la más floja de la nueva camada. Continuando la comparación entre Star Wars: El despertar de la fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015) y la película original de 1977, Los últimos Jedi es una símil rendición de Star Wars: Episodio V - El Imperio Contraataca (The Empire Strikes Back, 1981) pero con una fracción de su poder y oscuridad. La versión Disney, en definitiva.
No se trata exactamente de un remake punto por punto, pero a grandes rasgos cuenta la misma historia: el protagonista pasa la mayor parte de la historia entrenando bajo la tutela de un viejo maestro Jedi y los demás van improvisando a lo largo de su accidentado escape de las fuerzas del mal. Incluso hay una batalla en un desierto blanco, durante la cual un bolo se toma la molestia de lamer el suelo y comentar que no es nieve, es sal. No sea que a alguien mencione Hoth.
Inmediatamente tras los sucesos del Episodio VII, Rey (Daisy Ridley) intenta sumar al ermitaño Luke Skywalker (Mark Hamill) a la causa Rebelde y a la vez ser indoctrinada en la Fuerza. El final de la película anterior cerraba poderosamente sobre el mudo encuentro entre Luke y Rey, quien le devolvía su icónica espada láser… la cual Luke tira inmediatamente por sobre su hombro, el primero de muchos chistes a expensas de la seriedad. Star Wars ahora se rebaja al nivel de Marvel en cuestiones de humor y cuenta una historia supuestamente dramática donde todos los personajes son capaces de comportarse como payasos en cualquier momento.
Mientras tanto, el piloto Poe (Oscar Isaac) le gasta una broma telefónica a la Primer Orden y compra tiempo para la retirada de la flota Rebelde, al mando de Leia Organa (Carrie Fisher). El resto de la película es esencialmente una extendida persecución entre la flota buena y la flota mala, la cual va mutando en distintas formas de asedio. Es la mitad más divertida de la película, porque contiene todo tipo de aventuras y peripecias, pero es la que menos Star Wars se siente.
Mucho más emotivo son las meditaciones de Luke en su exilio, que doblan de meta-comentario sobre el personaje de Mark Hamill y la historia de la saga. Es el único del viejo elenco que además de envejecer ha evolucionado, y la historia sigue fiel y lógicamente el hilo transformador de su personaje, convertido en una figura de sabiduría como Obi-Wan y Yoda pero atravesado por sentimientos encontrados sobre el valor de sus acciones. Luke es la garantía de continuidad de las viejas películas, la promesa de que la historia sigue en vez de repetirse, y la mejor parte del film.
Las conversaciones telépatas entre Rey y Kylo Ren (Adam Driver) poseen un atractivo similar: he aquí dos jóvenes encarrilados hacia futuros intimidantes, inseguros de sus propias decisiones a la vez que tratan de convencerse mutuamente de pasarse al otro lado. Carrie Fisher es el otro gran pilar del film y le concede la dignidad de su presencia, aunque la escena en la que flota cual ángel a través del espacio da vergüenza ajena por su atonía y mediocre ejecución. Es tan precaria que parece una medida tomada para conciliar la súbita muerte de la actriz, pero no es el caso.
Algunas partes parecen escenas salidas de Guardianes de la galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014), no sólo por su tono, humor y estética decadente sino porque son episodios aislados, diseñados para rellenar una película de por sí bastante larga. Como la secuencia en la que Finn (John Boyega) y su nueva amiga Rose (Kelly Marie Tran) van a un casino de alta sociedad en busca de un legendario hacker y de paso terminan amistándose con un trío de niños - hay que venderle la película a ellos también - y luchando contra la crueldad animal. Entre los animalitos simpáticos también contamos una raza de hámsteres de ojos enormes que anidan en el Millenium Falcon y se la pasan torpemente haciendo travesuras en el fondo, cortesía del departamento de marketing. La tentación es argumentar que antes vinieron los Ewoks, pero al menos los ositos tenían un lugar en la trama. Estos bichos no pasan la inspección de función narrativa.
Una de las mayores debilidades de la película sigue siendo la misma que la de la anterior: los villanos inspiran un poco de todo salvo temor. Se entiende que parte del personaje de Kylo Ren es su frustración de no llegarle a los tobillos a Vader, ¿pero y los demás? Hux (Domhnall Gleeson), propenso a berrinches hitlerianos que ni sus propios hombres se toman en serio, es un hazmerreír; Phasma (Gwendoline Christie) apenas figura; Snoke (Andy Serkis) es intercambiable con el Emperador y el menos interesante. Se sigue sin responder de dónde salieron estas personas y de dónde sacó el Primer Orden el poder para seguir los pasos del Imperio. Sí se gasta tiempo extra en tentar al espectador con los misteriosos orígenes de Rey y Kylo, pero nunca se explica por qué debería importarnos.
Los últimos Jedi es una buena película de acción y aventura, ¿pero es una buena película de Star Wars? Con esta nueva entrega la saga se siente más rutinaria y genérica que nunca, sin jugarse por nada nuevo o sorprendente y más preocupada por extender su vida útil y congraciarse con cuanta demográfica sea posible que por contar una historia sencilla pero inspirada como la de aquel año de 1977. Un gran final podría salvar esta nueva serie, pero los finales hoy en día son infrecuentes y de todas formas mucho no duran.