Estamos ante un film de quiebre. Star Wars: The Last Jedi puede que sea uno de los films más intensos de la saga galáctica inaugurada en 1977. Hoy, a 40 años de aquella primera proyección de A New Hope, que luego también conocimos como el Episodio IV, el gran western del espacio llega con un entorno más high definition que nunca y cargado de gags.
La galaxia sigue estando allá, muy, muy lejana, pero este opus dirigido por Rian Johnson (Looper, Breaking Bad) parece haberse acercado a las fantasías de los fans a través de imágenes de impacto y un puñado de personajes reconocibles.
El roll-text que inicia la película (sí, con sus históricos cuatro puntos suspensivos) nos dice que, una vez más, los rebeldes están en problemas y a punto de caer en manos del Imperio. Hasta aquí como siempre. La montaña rusa arranca con las primeras naves, presentadas con un grado de realidad visual que impacta por la terminación en pantalla. No hay forma de no dejarse llevar de inmediato por el ritmo hipnótico de los fotogramas, brillosos, contrastantes, de colores vivos hasta el paroxismo.
Y la nave va. El Halcón Milenario está ahí, en escena, como un personaje más, casi una extensión presencial de Han Solo, quien cayó en desgracia en el Episodio VII pero parece hacerse presente a través de la melancolía y el recuerdo, grandes dispositivos paratextuales de la saga.
La trama aquí está centrada en Rey (Daisy Ridley) y el villano que no termina de diplomarse, Kylo Ren (Adam Driver). Sin embargo, Luke Skywalker (Mark Hamill) aparece como el tronco del que dependen todas las otras ramas del relato, algo que no sucede con Leia (Carrie Fisher), relegada en el film (ai igual que sucedió en su largometraje predecesor) a aportar algunas frases de ocasión.
Sin embargo, la gran incorporación de esta nueva aventura de Star Wars es el humor, y un tipo de humor que recuerda de forma ineludible a Spaceballs, aquella sátira que Mel Brooks lanzó en los años 80s a la saga de George Lucas
Desde el momento en que el bueno de Luke aparece en pantalla la densidad dramática que asomaba en los primeros minutos se diluye en gestos descontracturados como por ejemplo (#spoiler 1) el momento en el que Rey, en la punta de una montaña, le entrega en mano su legendario sable láser y él, luego de dedicarle una muy seria mirada de circunstancia, lo arroja para atrás al vacío ante la mirada atónita de la intrépida joven.
Así, entre buenos chistes, primerísimos primeros planos de elementos fetiche que hacen las delicias de los fans, y algunas escenas de acción montadas sobre una high definition que perfora los límites de la perfección visual, este nuevo episodio de la épica galáctica gana en fluidez narrativa. También ayuda el haber elegido continuar el perfil de un cine más artesanal (si le cabe el adjetivo a una superproducción multimillonaria) que se permite usar animatronics además de los ejércitos de clones en CGI y construcciones arquitectónicas proyectadas en pantallas verdes o azules.
Rian Johnson se consolida entonces como un gran director del género de aventuras, digno continuador del film con el que hace dos años J.J. Abrams resucitó la saga de la mejor manera posible.
#Spoiler 2: No es este Episodio VIII una oportunidad para las grandes revelaciones, sobre todo esa que atormenta a los más fanáticos relacionada con los parentescos de Rey. Será el turno de la próxima, en 2019. O tampoco.