El arte de no innovar y ser siempre éxito
La flamante secuela parte de una trama similar a la de “El retorno del Jedi”. El director y guionista, Rian Johnson, se las arregla para imprimir seducción visual a escenas que podrían ser obvias.
Aportar algo nuevo a una saga como la de "Star Wars" es algo cada vez mas difícil, ya sea en lo argumental como en lo visual o técnico. Justamente, la trama de "Los últimos Jedi", segunda parte de esta nueva trilogía, no parte de un lugar demasiado distinto del de "El imperio contraataca", la mejor y segunda parte de la trilogía original, con las tropas rebeldes a punto de ser exterminadas por el ejército de Darth Vader, aquí reemplazado por Lord Snoke y su discípulo, Ben Solo (Adam Driver).
El director y guionista Rian Johnson se las arregla para que escenas que, argumentalmente, serían obvias, alcancen una fuerza visual asombrosa, logrando agregar algo nuevo a la estética de Star Wars. Cuando hace foco en personajes extraños como el "decodificador" Benicio del Toro, Johnson también consigue darle nuevos detalles extraños a estos mitos de la cultura pop del siglo pasado.
Hay muchas escenas póstumas con la princesa Leia, interpretada por Carrie Fisher. Y también hay demasiadas subtramas y flashbacks, generalmente relacionados con una candidata a Jedi que intenta que el legendario Luke Skywalker vuelva a dar pelea, sin darse cuenta de que tal vez el malvado Adam Driver esté detrás de todo. En todo caso, el personaje de Mark Hamill aporta lo mejor, pero también lo más débil de esta extensa entrega de la saga: con dos horas y media, la más larga de todas las películas de la franquicia, ya que su libro se detiene más de lo que hace falta en la conexión entre Luke, Daisy Ridley y Adam Driver.
Pero nada de esto importa demasiado cuando este "last Jedi" de Hamill genera un desenlace formidable, digno de una antología de lo mejor de Star Wars, que casi redime cualquier desequilibrio previo.