Se nota –y mucho– cuando hay un director con una visión clara e ideas cinematográficas detrás de una superproducción. No será una película perfecta, pero el nuevo episodio de la saga creada por George Lucas es el de mayor impacto visual de todos. Y el más original.
Tal vez sea caprichoso de mi parte seguir pensando que se puede analizar el cine de alto presupuesto (altísimo) como el que propone la saga STAR WARS a partir de la llamada “política de los autores”, pensando que en la originalidad, creatividad y coherencia de la puesta en escena está la poción mágica que hace grandes a las películas. Los guiones, por supuesto, son un sostén fundamental de la pieza, pero si no hay un realizador con una visión cinematográfica, con ideas claras de qué es lo que quiere y cómo, un buen guión se desvanece en el aire, se esfuma. Y, aunque suene polémico, tengo la impresión que Rian Johnson (BRICK, LOOPER) es el primer gran director en hacerse cargo de un episodio de la saga. George Lucas es (¿era?) un gran creador de universos, pero un muy flojo director de actores y un recalcitrante expositor de tramas. A los de los Episodios V y VI no los cuento porque eran meros testaferros de Lucas (sería bueno, de todas maneras, que alguien se ocupe de revisar la filmografía de Irvin Kershner para entender cómo lograron hacer el mejor episodio de la saga) y J.J. Abrams es, no tengo dudas, otro muy buen director, pero tengo la impresión que en el EPISODIO VII funcionó más con cabeza de productor, tratando de encarrilar la flota en la dirección correcta sin tomar muchos riesgos.
Los segundos episodios de las trilogías son bestias muy curiosas. Como los segundos actos en las películas, tienen más márgen de acción y menos responsabilidades que los primeros y los últimos, obligados a recorrer ciertos rumbos prefijados como plantear los hilos narrativos, en los primeros, y cerrarlos, en los últimos. Quien se encarga del segundo (del hijo del medio, digamos) tiene otras libertades, ya que puede permitirse desviaciones y juegos con las expectativas pasándole el problema resolutivo al siguiente. Y eso es lo que hace Johnson de manera brillante: hacer una película que podría narrativamente no existir pero que sirve para profundizar líneas temáticas, complejizar personajes y ampliar el territorio emocional de la saga. En su caso, además, para plantear por lo menos tres de las mejores escenas de acción de estos 40 años de STAR WARS.
Cuando digo que la película no tiene “necesidad de existir” me refiero principalmente a que los acontecimientos que allí se narran, en su mayoría, no son de gran trascendencia, son desviaciones narrativas del tema central de la misma manera que puede serlo un solo en una pieza musical o lo que pasa en esas series televisivas de 13 episodios que entre el quinto y el noveno se van por las ramas en subtramas que no terminan llevando a nada. Esa libertad, que puede volverse una dificultad para otros cineastas, para Johnson es una caja de Pandora: si la trama (salvo algunos momentos específicos) es lo de menos, lo que queda es hacer cine, desarrollar personajes, situarlos en escenarios complicados y dejar volar la imaginación.
No voy a spoilear nada de la película pero digamos que LOS ULTIMOS JEDI tuerce las expectativas –y seguramente decepcionará a algunos fans muy canónicos– al ser más un filme de fuga y supervivencia que uno de ataque y agresión. Hay una escena, promediando la película entre el impetuoso Poe Dameron (Oscar Isaac) y la lider de la rebelión que encarna Laura Dern, que deja en claro que para Johnson la opción del enfrentamiento bélico solo debe usarse cuando no hay otra opción. Lo mismo pasa con Luke Skywalker (Mark Hammill), a quien se le pide volver para ayudar a la causa, pero se comporta en plan “soldado que huye sirve para otra batalla”. Hay otras circunstancias en las que los héroes del filme se muestran reacios a las batallas y eso es, sin duda, uno de los toques originales del guión, más allá de que finalmente en muchos de los casos se termine llegando a la acción a partir de las circunstancias. Si solo fuera un filme sobre un grupo de gente que se fuga o se esconde no estaríamos hablando de la franquicia más exitosa de la historia del cine.
El filme está claramente dividido en dos. Por un lado, el más canónico, en el que nos volvemos a encontrar con la persecución del Primer Orden a los rebeldes, quienes en más de una ocasión huyen y en otras tantas encuentran las maneras ya usuales de engañar a los poderosos colándose por los lugares menos pensados. Las batallas aéreas que ya son una marca registrada de la saga están manejadas aquí de una manera un tanto más alejada a la del videojuego, que es la que siempre utilizó STAR WARS. No hay eternas, velocísimas e indescifrables persecuciones aéreas sino unas pocas, precisas y específicas, al punto que hasta el uso del sonido y de la aparición y desaparición de las naves al entrar o salir de “la velocidad de la luz” es diferente a lo usual. Hay sí, combates en tierra o en aire que tienen un esquema bélico más tradicional, al punto que en un momento específico pareciera que uno está viendo una película de la Primera Guerra Mundial en el espacio.
Sin dar muchos detalles de la trama, digamos que la parte “militar” de la película se desvía narrativamente de maneras por momentos demasiado extensas. La subtrama que une al ex storm trooper Finn, una chica asiática llamada Rose Tico y un personaje algo bizarro que encarna Benicio del Toro puede ofrecer momentos simpáticos pero también sacarse por completo sin que casi nada cambie, lo cual aligeraría también la un tanto extensa duración de 152 minutos. Y lo mismo sucede con algún otro enfrentamiento conducido por Poe Dameron, un personaje que crece mucho en protagonismo aquí.
La otra parte está relacionada con el ya famoso melodrama familiar que incluye a los Solo, los Skywalker y a Rey (Daisy Ridley). Ella se ha encontrado con Luke quien no quiere ni pelear ni enseñarle a hacerlo ya que, después de su traumática experiencia con Ben/Kylo Ren, considera que los Jedi deberían desaparecer y ya. En ese sentido es curioso que su personaje ahora tenga muchos de esos momentos de humor que antes eran de Harrison Ford. Hammill logra así transformar a su héroe un tanto buenazo/bobalicón de la primera trilogía en un cínico, irónico y por momentos moralmente confundido o hasta deshecho personaje. Y no solo él, la película tiene una inusual cuota de humor a lo Indiana Jones que es más que bienvenida en un universo que a veces se toma con demasiada seriedad a sí mismo.
Sin ayuda de Luke, Rey forma una curiosa conexión generacional con Ben (ya verán cómo) en la que el tema de los lados de la fuerza (la luz y la oscuridad) está jugado en modo “adolescencia conflictiva”. Es en esa parte en la que el guión de Johnson toma más riesgos, engañando una y otra vez al espectador acerca de las fidelidades y manipulaciones de los personajes para terminar en el mejor enfrentamiento de lightsabers de toda la saga, armado como una suerte de teatro kabuki con máscaras, colores y formas que impactan visualmente como pocas en la saga. En ese sentido, Johnson sigue la línea Kurosawa imaginada por Lucas desde el principio, tanto en los enfrentamientos bélicos como en el uso del color. Y lo hace de una manera más radical que en las películas anteriores, arriesgándose con esos juegos al punto de parecer preciosista.
La carga emocional extra viene por el lado de los veteranos. Carrie Fisher, a la que está dedicada la película, gravita por sobre la trama dejando que sean los más jóvenes los que carguen con el peso narrativo, pero marcando una línea clara en un momento específico. Y lo mismo sucede con Hammill, que parece desaparecer durante buena parte del filme, para dominar con su presencia el desenlace. Pero en mi opinión la figura clave del filme es Adam Driver, un actor con la habilidad y el talento que necesita un personaje con las torturadas características de Ben Solo, un villano que ha cometido un acto terrible en el filme anterior pero que aún así logra generar (en Rey y en el espectador) una sensación de empatía que confunde y que hace dudar todo el tiempo de cuáles son sus verdaderas intenciones.
LOS ULTIMOS JEDI es, acaso, lo máximo que un espectador que no es necesariamente un devoto de la cadena de superproducciones que se estrenan por semana puede esperar de un producto de estas características y dimensiones. Johnson tiene que lidiar con contentar al público adolescente formateado por el sistema Marvel y no solo sabe manejarse en ese terreno muy bien (el humor ingenioso también puede ser visto como un guiño a ese universo) sino que ofrece un peso dramático extra, peso que esas películas han dejado de tener desde, quizás, BATMAN REGRESA. Es cierto que le sobran minutos, subtramas y que por momentos no logra despegarse del todo de los previsibles beats narrativos impuestos por este Complejo Cinematográfico Industrial que es esta sociedad Lucasfilm/Disney, pero dentro de los parámetros del cine masivo actual es lo más parecido a un filme de autor que se puede encontrar.