Y llegamos al Episodio VIII del universo cinematográfico Star Wars con Los últimos Jedi, la segunda película de la tercera trilogía iniciada en 1977 con la memorable La guerra de las galaxias, una osadía visual y conceptual que nos adentraba en un mundo realmente fantástico en el que podía ocurrir casi cualquier cosa y de la cual la mayoría de los filmes galácticos posteriores acabaron por reciclar lugares y conceptos, además de explotar comercialmente a la perfección el fanatismo de sus seguidores a sus símbolos y a sus personajes.
Este aparente “penúltimo” episodio retoma el camino narrativo de la inquietante y sombría El imperio contraataca-1980-, la segunda entrega de la trilogía original, y vuelve a la esencia donde la aventura, la jornada del héroe, la tragedia griega -Lucas siempre dijo que era la historia de un padre y un hijo-, las relaciones de aprendizaje, el poder de la sangre y el equilibrio entre el bien el mal con un sesgo de ingenuidad, conforman el relato que mantiene la nostalgia del pasado y propone nuevos retos para una resistencia galáctica cada vez más multicultural.
Star Wars: Los últimos Jedicombina la aventura, fantasía, acción, emoción, acertadas y justas dosis de humor -expresadas en no más de cuatro o cinco gags que tienen como principal protagonistas a nuevas criaturas-, con personajes protagonistas con conflictos algo más profundos y complejos a los que dan vida actores de las sagas originales y nuevas incorporaciones que deberán afrontar múltiples batallas, duelos con sables láser y enfrentamientos varios incluyendo a la guardia roja de Snoke -con nuevas e imaginativas armas.
Se destaca el trabajo de Rey -Daisy Ridley-, tanto en la lucha como en su camino por conocer tanto sus raíces como su destino; el maravilloso trabajo de Mark Hamill, que se entrega en cuerpo y alma al papel de Luke Skywalker en su versión más oscura en toda la saga; y Carrie Fisher, la inolvidable princesa Leia Organa, que falleció hace casi un año, cuando el rodaje de la película ya había finalizado. No termina de convencer un villano como Kylo Ren -Adam Driver-, cuyo conflicto existencial —y su resolución— es fundamental para romper o restablecer el equilibrio en la Galaxia pero cuya relación con Rey no termina de generar la mejor química.
La aparición de los entrañables Porgs o las mucamas espaciales que cuidan de Luke Skywalker, mascotas que se hacen de querer en parte porque aparecen lo justo y porque suenan a caricatura-, entregan la cuota cómica sumada a la presencia de BB-9E, mientras que hay un desaprovechamiento de varios personajes sobre los que habían recaído muchas expectativas, como Laura Dern y Benicio Del Toro cuyas intervenciones no van más allá de una pequeña participación de lujo. A los buenos secundarios como el de Poe Dameron -Oscar Isaac-, se suman Flynn -John Boyega-, personaje capital en el anterior episodio que pierde total trascendencia solo con una serie de periplos interplanetarios acompañado de Rose -Kelly Marie Tran-.
Si bien hay algunos pequeños momentos de los que se pudo haber prescindido y, a pesar de su duración que alcanza las dos horas y media, Star Wars: Los últimos Jedi invita a disfrutar de una nueva aventura galáctica que, siempre técnica y visualmente poderosa y con la música del icónico compositor John Williams, reflota nuestra nostalgia y refuerza el sentimiento de déja vu con momentos emotivos como los hologramas, reencuentros -entre Luke y la princesa Leia y apariciones de personajes legendarios como Yoda, Chewbacca, C-3PO y R2 D2.
La histórica la lucha de los rebeldes -oprimidos- contra el Imperio -los opresores- tiene en este episodio una dimensión política más actual con una galaxia en la que se vende armas a buenos y malos y con un ligero componente de crítica social y una llamada a la esperanza de las revoluciones contra las injusticias, al que se suma la presencia de mujeres en altos mandos y la multiculturalidad de los nuevos personajes.