Espectáculo audiovisual deslumbrante y vertiginoso
Puede que haya otras que le puedan mojar la oreja, pero sin dudas la de Star Wars es, por extensión en el tiempo, traspaso generacional, recaudación, merchandising y conformación de un universo inextricablemente propio; la saga más importante y notoria de la historia del cine. Por suerte las últimas tres entregas, “Episodio VII: el despertar de la Fuerza” (J.J. Abrahams, 2015), “Rogue I” (Gareth Edwards, 2016) y la de esta semana, salieron al cruce con los botines de punta para rescatar el elemento principal que había caracterizado a la franquicia: lo épico. Ya quedan lejos los episodios I, II y III, con los cuales George Lucas terminó de entender que dirigir no es lo suyo. Fueron tres capítulos que si bien servían para explicar e instalar los conceptos políticos del relato global, desde el punto de vista conceptual carecían de emotividad. Aburrían por falta de ritmo y empatía. Eso sí… Recaudaron mucho dinero.
Con el ingreso de J.J. Abrahams “La guerra de las galaxias” no sólo recuperó la mística del origen de los caballeros Jedi, sino que también salió con los botines de punta para combinar sabiamente a los personajes clásicos, amados por todos, con una nueva generación de héroes y villanos que asegurarán el futuro.
En el electrizante final de hace dos años, un travelling circular aéreo alrededor de un peñasco en medio del mar, mostraba la emocionante unión de la “fuerza”. Rey (Daisy Ridley) escalaba el risco hasta la punta más filosa, sable láser en mano, para ir al encuentro de Luke Skywalker (Mark Hamill), y así poner en marcha la esperanza de salvar a la galaxia de la tiranía del imperio a partir de la reconstrucción de la resistencia a cargo de la eterna princesa Leia (Carrie Fisher). A su vez, tres nuevos héroes entraban en escena. Finn (John Boyega), un soldado desertor del imperio, Poe (Oscar Isaac), renegado pero eventual colaborador incondicional con la causa. y Kylo Ren (Adam Driver), nieto de Darth Vader (producto de la unión entre Leia y el legendario Han Solo encarnado por Harrison Ford), quién, además de matar a su padre, representa claramente el renovado lado oscuro de la “fuerza”.
El gran desafío de “Star warsVIII: los últimos Jedi” es mantener el nivel en todo sentido y dejar la puerta abierta para lo que sigue, objetivo llevado a cabo con creces merced a varios puntos altos, pero hay tres en particular que funcionan de maravilla pese la obviedad de mencionarlos: el guión, la dirección, y el elenco. Así de simple. El primero, porque logra un balance perfecto entre el pasado y el presente de la saga, además de construir y fortalecer la presencia de todos los personajes. El segundo, por su incesante ritmo, equilibrado entre las escenas de acción y las transiciones, pero además por animarse a hacerle frente al episodio que a la larga será considerado como uno de los más importantes de la saga. Y el tercero, por la conformación de un elenco emocionalmente comprometido con la historia. Todos saben a qué juegan y el lugar que ocupan allí. Difícil elegir uno, pero el trabajo de Adam Driver es realmente destacable, y el de Mark Hamill es sencillamente redentor para el personaje.
No se puede hablar de “Star wars VIII: los últimos Jedi” como la mejor de todas, porque no existiría sin todo lo ocurrido desde 1977 a esta parte, pero sí puede marcarse, junto con su antecesora, como la más pareja en todo sentido. Cuando hay humor es contundente, como la escena que remata el final del episodio anterior. En el caso de la acción y el poder de lo épico, el enfrentamiento entre Luke y Kylo es para recortarlo, ponerlo en un cuadro y colgarlo de la pared para verlo mil veces, y en cuanto al drama, estamos frente a un producto con todos los elementos de un culebrón melodramático familiar muy bien utilizados para arraigar cuestiones más terrenales.
Rian Johnson, a quien conocimos con la interesante “Looper: asesinos del futuro” (2012), tiene decisiones de montaje que sorprenden por su simpleza. La construcción del vínculo entre Rey y Kylo se da con el recurso más viejo del cine: planos y contraplanos siguiendo el eje de la mirada aunque los personajes estén en lugares opuestos de la galaxia. A su vez, la parafernalia de efectos especiales, diseño sonoro atronador, fotografía y diseño de arte (el juego de colores blanco y rojo es un hallazgo) y, por supuesto, la eterna banda de sonido de John Williams, hacen de esta película un espectáculo visual deslumbrante y vertiginoso.
Los fanáticos seguramente tendrán mucho para debatir, pero eso es harina de otro costal. No se trata de que le vaya bien en el las boleterías, sino de lograr que su público se enamore y la incorpore a su identidad cultural.