“Star Wars: Los últimos Jedi” de Rian Johnson, abre nuevos horizontes para la opera espacial por antonomasia en uno de los capítulos más audaces de la saga.
El octavo episodio cuenta con bases realmente sólidas, consiguiendo una fuerte identidad capaz de alejarse del trabajo “clásico y nostálgico” de Star Wars VII: El Despertar de la Fuerz (2015) planteado anteriormente por JJ Abrams. Presentando una narrativa por demás fuerte y convincente, “Los ultimos Jedi” funciona como punto de inflexión y la consagración para la nueva trilogía en curso.
El director Rian Johnson (Brick, Looper) se permite deconstruir todos los elementos pertinentes a la mitología de la saga, lejos del respeto casi religioso y nostálgico propuesto anteriormente por JJ Abrams, y en el mejor de los sentidos se apropia de Star Wars como ningún otro realizador lo ha hecho antes, llevando al espectador a una aventura galáctica sumamente impredecible.
Durante 2 horas y 32 minutos, Star Wars: Los últimos Jedi es un torbellino de acción, emociones y sorpresas… La película detona todo sentido de previsibilidad, sin margen a teorías preestablecidas por rigurosos entusiastas respecto al devenir de la saga o los personajes implicados en la misma. Por lo que bien vale mencionar una muy inteligente campaña promocional por parte de Disney y Lucasfims desde la cuidadosa elección de escenas que componen los tráilers, sin haber develado línea argumental alguna de la película.
Detrás de una impronta épica y su manifiesta belleza visual, Star Wars: Los últimos Jedi, acaso resulte la más audaz entrega de la saga, donde Rian Johnson se permite jugar con elementos de la trilogía original (1977/1980/1983) y la trilogía de precuelas (1999/2002/2005) para ser reformulados y adquiridos por el audaz peso dramático del presente relato. Con Star Wars: Los últimos Jedi, Johnson presenta una película sobre Luke Skywalker, impulsada por el mismísimo Mark Hamill, aquel joven actor que maduraba a la luz de la trilogía original iniciada en 1977, retomando en 2017 a un Luke Skywalker como la sombra de viejo maestro Jedi, un tanto sabio, medio loco, lleno de remordimientos y soportando el peso de una leyenda que lo precede por un magnífico y sorprendente viaje.
Mientras que Abrams en Star Wars VII: El Despertar de la Fuerza (2015) tuvo un éxito ostensible en la caracterización del tormentoso Kylo Ren y el despertar de la fuerza de la joven Rey, esto ha servido de base a Ryan Johnson para conseguir la evolución progresiva y reformulación de los personajes, pero manteniendo el equilibrio entre los mismos. En esta entrega se hace hincapié en las dudas que aquejan a Kylo Ren y Rey-acompañada por Luke en carácter de guía y maestro- respecto de la luz y el lado oscuro de la fuerza, llegando a cuestionar el rol de ambos en el conflicto que los precede.
Una estupenda Daisy Ridley ejecuta un perpetuo equilibrio entre emociones incontenibles e inocencia para interpretar los primeros pasos de Rey en el camino de iniciación de la fuerza, motivada por sus convicciones y la búsqueda de sus orígenes, pero cuando su trayectoria coincida con la de Kylo Ren el relato habrá de adquirir una nueva e inesperada dimensión.
Por su parte Adam Driver (La estafa de los Logan) hace una inobjetable labor en su interpretación de Kylo Ren, un personaje considerablemente complejo al que le caben muchas más dimensiones que la de un interesante villano, sirviendo además, como un notable contraste y contrapartida de Rey.
Bien vale destacar la última aparición de Carrie Fisher como Leia Organa, razón más que suficiente para emocionar, en una particular escena que será recordada como uno de los momentos más sublimes e intensos de la saga.
Claro que en Star Wars: The Last Jedi sobrevuelan conceptos recurrentes de la franquicia como el melodrama familiar de los Skywalker, los rebeldes, el Imperio, el enfrentamiento entre Jedi y Sith. Pero el caso es que en esta nueva entrega cada uno de estos conceptos encuentra su progresión natural, definiendo un nuevo paradigma de Star Wars que avizora un horizonte promisorio y antológico.