En algún momento de Starlet , su joven protagonista suelta, sin que nadie le pregunte -mucho menos la anciana que adoptó como su nueva amiga- que es de Capricornio y por eso es "buena con la gente". Una forma de decir que se lleva bien con todo el mundo, algo completamente cierto, aunque la expresión también funciona de manera literal. Es que Jane, interpretada por la bella y prometedora Dree Hemingway (bisnieta de Ernest e hija de Mariel), va por la vida con una sonrisa y una inocencia que iluminan a las personas y las circunstancias que la rodean. Y no es poco lo que le toca alivianar en su entorno: ahí están su amiga y compañera de casa y su novio, una pareja que parece existir entre el estímulo y la depresión química, siempre al borde de una tragedia que sólo necesita de un empujoncito para ocurrir. Un paso que la mera presencia de Jane parece evitar.
Con su cuerpo flaco, estilizado y esos pómulos de ángulos imposibles que reflejan la luz del valle de San Fernando, suburbio de Los Ángeles, lado B de la meca del cine industrial y pura chatura pueblerina al borde de la ciudad de los sueños del mundo, Jane es un personaje tan sutil como intrigante.
Gracias al guión y a la dirección de Sean Baker y la fotografía de Radium Cheung, el que podría ser un papel de pura superficie, de chica algo boba y despistada, resulta en algo mucho más interesante y honesto. Un par de calificativos que no suelen ir juntos cuando se trata de retratar personajes femeninos ni siquiera en el universo del cine independiente más atrevido (en términos narrativos) al que pertenece Starlet . Un film que se mueve sin tropiezos ni obvios cuestionamientos morales siguiendo a su protagonista entre el mundo del cine pornográfico en el que trabaja como actriz y futura estrella, y su amistad con Sadie, una anciana que en principio no quiere tener nada que ver con ella.
La película se construye alrededor del lento, aunque nunca tedioso, desarrollo de esa relación que comienza con una mezcla de casualidad, fortuna y culpa.
La desconfianza inicial de Sadie, que vive sola, prácticamente encerrada en su casa, ante el interés de esa chica que insiste en ayudarla a hacer sus compras en el supermercado y compartir sus partidas semanales de bingo, empieza a mutar en una amistad entre dos personas -y un perro si se cuenta a la mascota que da título al film-, que parecen no tener nada en común. Pero aquí, claro, las apariencias engañan. Porque la veinteañera, consciente objeto de deseo de tantos, está tan necesitada de un lazo de cariño y amistad genuino como la octagenaria interpretada por Besedka Johnson (que debutó en cine a los 86 años, un año antes de fallecer, en abril pasado).
En los dos extremos de la vida, ambas -Jane y Sadie- encuentran un territorio común armado con las palabras y la mirada atenta de una y los silencios repletos de sentido de la otra. Juntas son las caras -una flamante, la otra preciosamente gastada- de la misma moneda. Cada encuentro, una pequeña anécdota de gran belleza visual y emociones que trascienden la pantalla.