Atrapado entre dos mundos, y en el espacio invisible de la palabra
Stefan Zweig (1881-1942) fue uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, y el más leído y traducido en Europa entre la primera la segunda guerra mundial. Su celebridad fue inmensa debido entre otras cosas a la adaptación al cine de sus novelas, filmadas por directores como Fritz Kaufmann: “La casa junto al mar”, en 1924; Konstantint Mardschanov: “Amok” en 1927, y Robert Siodmak: “Ardiente secreto” en 1938. Tan sólo el relato “Carta de una desconocida” mereció ser trasladado a la pantalla por cineastas como Max Ophüls (1948) protagonizada por Louis Jourdan y Joan Fontaine, en China también la filmó Jinglei Xu (2004), en México Tulio Demichelli realizó la adaptación mexicana que llamó: “Feliz año, amor mío” (1955) con Arturo de Córdoba y Marga López. En 1975 se estrenó la ópera "Carta de una desconocida," compuesta por Antonio Spadavecchia, y situada en Rusia, que en 2001 Jacques Deray la adapta para la televisión francesa.
Zweig fue, incluso, uno de los primeros escritores beneficiados con el surgimiento de la televisión, y desde 1937 daba conferencias televisadas ante la BBC de Gran Bretaña en las que promovía el movimiento pacifista internacional.
Escapando del avance de los nazis, que creía que eran como una plaga que extendería su horror por todo el planeta, emigró en reiteradas oportunidades a varios países visitando en distintas ocasiones América del Sur, pues consideraba el continente como “La tierra prometida”, a la vez que admiraba la Argentina y se instalaba en Brasil, donde encontró la muerte.
En “El mundo de ayer” sostiene en su prefacio “He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración. Todo lo que olvida el hombre de su propia vida, en realidad ya mucho antes había estado condenado al olvido por un instinto interior. Sólo aquello que yo quiero conservar tiene derecho a ser conservado para los demás. Así que hablen recuerdos, elijan ustedes en lugar de mí y den al menos un reflejo de mi vida antes de que me sumerja en la oscuridad”. (…) “¡Olvida! me decía a mí mismo. Huye, refúgiate en la espesura más íntima de tu ser, en tu trabajo, ahí donde sólo eres tú, "yo" anhelante, no un ciudadano, no el objeto de ese juego infernal, ahí, el único lugar donde la poca razón que te queda todavía puede actuar con sensatez en un mundo que ha enloquecido".
Todo en sus escritos presagiaba un triste final, ya sea por una muerte elegida o sea por la mano de otros. En tiempos de guerra todo podía suceder y el brazo largo del nazismo podía llegar a cualquier lugar. A su última morada en el cementerio de Petrópolis, en Brasil, lo acompañó una procesión de más de cuatro mil personas, quienes lo despidieron cubriendo su ataúd con un torrente de flores.
La directora alemana María Schrader en su filme “Stefan Zweig: adiós a Europa” se ha atrevido a incursionar sobre un personaje de múltiples facetas, que vivió en la frontera entre un mundo estructurado por los siglos y otro caótico por su joven e incipiente libertad. Entre la belleza milenaria de Europa y la exótica de América.
María Schrader y su coguionista Jan Schomburg no pretendieron hacer un “biotic” que refleje y exalte la personalidad de Stefan Zweig, sino más bien tomaron distintos momentos de la vida del escritor judío-austríaco en instancias en que Hitler ascendía al poder, y él abrazaba ideales pacíficos. Y a medida que avanzaba el nazismo se afianzaba más en sí mismo manteniendo su total desacuerdo con aquella la realidad. Si bien el mundo se benefició de su presencia, sus escritos y mirada pacifista, su vida personal fue una constante lucha por encontrar su lugar en un mundo cuyo suelo le ofreciera seguridad y no una ciénaga.
“Stefan Zweig: adiós a Europa” es un filme que también está relacionado con el tiempo. Se divide en capítulos y tiene lugar a lo largo de seis años, comenzando en 1936. La delineación entre episodios sugiere una colección de monografías, teniendo en cuenta que su talento se encuentra expresado en sus tratados históricos. En estos, Zweig dibuja retratos de las principales figuras de la civilización occidental, pero también encuentra paralelos entre ellos y su actualidad.
En la escena de apertura, una velada celebrando la llegada de Zweig a Brasil, tiene lugar en un gran comedor con muebles completamente blancos compensados por el vivo arreglo floral en el centro; la cámara se mantiene durante la panorámica extendida, pero Schrader y el director de fotografía Wolfgang Thaler, mantienen los ojos del espectador en movimiento. Ese contraste de color se repite a lo largo de la película, dando paso a su entorno nuevo y audaz que rodeará a Zweig, en el nuevo mundo.
Ese nuevo mundo que se muestra en una escena divertida y a la vez conmovedora cuando él y su esposa van camino a Arrecife para tomar el avión que lo llevará a New York, pero deben hacer una parada para ir a una celebración en su honor realizada por el alcalde de una localidad amazónica. Éste organiza una velada colmada de traspiés y situaciones cómicas. Durante sus comentarios, el alcalde espera que los Zweig regresen pronto a casa, repitiendo un proverbio brasileño: "El que no tiene país no tendrá futuro". El estoicismo reservado de Zweig muestra su primer crack, el autor casi se desmaya ante una banda municipal de música que toca muy mal "El Danubio Azul", ya que ésta melodía en vez de alegrarlo le trae el recuerdo de una Europa a la que no podrá volver y de un pasado inexistente.
"Tus trabajos llegaron aquí mucho antes que tú", le dice otro representante brasileño al autor, y es verdad: Zweig amasó una reputación internacional que le proporcionaba ser bien recibido en cualquier país que fuera, cuando ya no le permitían publicar en su patria. Zweig ve en Brasil una respuesta a lo que él considera la pregunta más apremiante que existe: cómo convivir a pesar de nuestras muchas diferencias.
Ese espacio conquistado en las exuberantes tierras americanas le da al escritor un mínimo de paz y, sin embargo, no puede evitar preocuparse por lo que sucede en Europa. Aunque evita condenar explícitamente los recientes acontecimientos en Alemania, porque argumenta que al hacerlo desde el otro lado del mundo, donde no está ni actualizado ni directamente afectado por él, sería perverso.
La dirección de Schrader es ágil, pero a la vez respetuosa, como si considerara proporcionar los honores para Zweig y amablemente salir del centro de atención. (Tal vez no sorprende ya que es una actriz convertida en cineasta). Pequeños hallazgos ambientales dan el tono intimista que sostiene el filme: una breve escena ubica al espectador junto con Zweig mirando a través de una ventana una calle invernal de New York; no ocurre gran cosa, pero hay una emoción tranquila por el efecto de ver a la gente pasear o correr hacia alguna parte desde el otro lado del cristal. La pasividad del exterior contrasta con la irritabilidad de los personajes en el interior, ya que Zweig mantiene una acalorada discusión con su exesposa, por su reticensia ante el pedido de familiares y amigos para que les facilite la salida de Alemania.
Ese efecto a lo Brecht, está presente a lo largo del filme “Stefan Zweig: adiós a Europa”, y le da un carácter de intimidad majestuosa. Schrader observa con agudeza el intelecto de su sujeto, pero habrá que leer entre líneas para obtener una idea de su mundo emocional. Sin embargo, este es un raro ejemplo de una película biográfica que da la sensación de una vida que es vivida por un actor que obliga al espectador a creer que realmente él es Zweig.
Josef Hader enfrenta dos desafíos, honrar a un autor singular y señalar su conflicto interno de una manera que no parezca forzada. En esa tarea tiene éxito al mostrar a Zweig como un hombre que se desploma bajo el peso de las circunstancias. Aenne Schwarz y Barbara Sukowa actúan como la segunda y primera esposa del autor, respectivamente, consiguiendo cada una en su estilo, secundarlo con excelentes momentos privados, que les permite destacar su propia personalidad.
María Schrader muestra una garantía técnica de gran solvencia. Su negativa a cortar una serie de planos o editar en la cámara le permite a la película una verosimilitud y una hondura psicológica crucial. En ella se muestra el desasosiego y la perplejidad, la desesperanza y un deseo de vivir de Zweig que contrasta con su forma de morir. El espectador no puede evitar seguir a Zweig a través del encuadre mientras otra realidad se desarrolla a su alrededor. Esta es una película sin concesiones con Zweig, pero a la vez garantiza la empatía del espectador con el personaje.
Stefan Zweig será recordado por la humanidad como uno de los grandes creadores austriacos que contribuyeron, como muy pocos, a impulsar un espíritu civilizador y europeísta, opuesto a la barbarie y horror de los totalitarismos. Stefan Zweig fue un hombre que vivió, parafraseando a Gastón Bachelard: en una soledad limitada, que hace de cada vida, una comunión con el universo, en una palabra, en el espacio invisible que el hombre puede, sin embargo, habitar, y al que rodean innumerables presencias.