Stefan Zweig: adiós a Europa

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

ATRACCIÓN INEVITABLE

_ ¿A qué le recuerdan?
_ ¿A los matorrales de Tolstoi? –se aventura Ernst Feder.
_ A Semmering –sentencia Stefan Zweig–. Una Semmerimg tropical al otro lado del mundo.

Ambos hombres permanecen en silencio unos segundos con la mirada perdida en la naturaleza salvaje y absortos en sus pensamientos hasta que el mismo ambiente y la tristeza constribuyen para conversar sobre la crueldad de la guerra, los lugares que debieron abandonar o aquellos en los que vivieron un tiempo, el destino europeo, las adversidades de quienes se encuentran bajo el régimen nazi y, según Feder, la fortuna de ellos por encontrarse en Petrópolis. El amigo asiente, resignado, y las sutiles gesticulaciones del rostro dan cuenta de ello. Considera a Brasil como el país del futuro ya que había encontrado la respuesta para una convivencia pacífica de clase, religiosa y racial; incluso, le brinda refugio, inspiración literaria y la admiración de los pobladores. No obstante, tenía un pequeño defecto: no podía ofrecerle patria, el lazo primigenio entre hombre, identidad y tradición. Allí no dejaba de ser un exiliado y dicha desterritorialización le resultaba ya insostenible.

Es que, por primera vez en Stefan Zweig: Adiós a Europa, el protagonista deja entrever las sensaciones que acarrea por los viajes, el idioma, Austria, sus casas destruidas en los bombardeos, el no pertenecer y la añoranza de algún matiz originario. Por esa misma razón le pregunta al amigo cómo era su vivienda, la calle en dónde se emplazaba o le manifiesta el miedo de que el Viejo Continente no pueda escapar a una destrucción total. Al mismo tiempo, la escena funciona como el desencadenante directo del epílogo –la película se estructura como un libro con prólogo, cuatro capítulos muy específicos y un epílogo– y retoma la tensión del comienzo debido a las cuestionamientos de los colegas, intelectuales y periodistas por la falta de un pronunciamiento respecto al fascismo.

Desde la óptica estética puede pensarse que la exhibición de la naturaleza vibrante, colorida, libre, exhuberante ya sea como arreglo floral imponente en la mesa, en los campos de caña de azúcar o en el fondo de la casa de Feder no hacen más que reforzar la coexistencia armónica que tanto admiran el escritor como su segunda esposa Lotte. Sin embargo, la directora María Schrader lo trabaja de una forma tan correcta que le quita los matices y contrastes volviéndolos un tanto esquemáticos, monotónos y quedándose en la superficie. Por ejemplo, en la primera escena usa un tono plano para evidenciar cierta frivolidad en el recibimiento de Zweig con las empleadas que se burlan de las flores diciendo que si las usan parecerán condesas o el hombre que da la bienvenida y pide que se apuren porque las carreras de caballos no aguardarán por ellos.

El escritor, de a poco, pierde la confianza en los favores a otros, en los lugares distantes, en la libertad, en la ayuda internacional y en la vida. Como él mismo detalla en la carta que deja a los amigos es tan impaciente que tuvo que irse antes. Ya no podía demorar por más tiempo el reencuentro con su esencia primogenia: la patria lo esperaba.

Por Brenda Caletti
@117Brenn