Dada la enorme riqueza que tuvo la vida de Stefan Zweig, no resulta posible representarla acabadamente en una única película. Así lo debe haber entendido Maria Schrader, más conocida como actriz (Nadie me quiere, ¿Soy linda?, Aimée & Jaguar) que como realizadora. Stefan Zweig: Adiós a Europa es apenas su tercer largometraje y está centrado en los últimos seis años de la vida del notable escritor austríaco, famoso por su biografías (María Antonieta, Fouché, Magallanes, Erasmo y muchas otras).
Dividida en cuatro partes, más una corta introducción y un epílogo, lo muestra a partir de 1936 cuando visita por primera vez América del Sur en setiembre de dicho año. Y es nada menos que en Buenos Aires que se desarrolla el primer episodio, cuando tuvo lugar la 14° reunión del entonces célebre PEN Club Internacional (Pensadores, Ensayistas y Novelistas). En dicho evento convergieron diversas posiciones políticas como la del profascista Filippo Marinetti, la de los fuertes opositores al nazismo Emil Ludwig y Victoria Ocampo y las menos definidas del hermético poeta Giuseppe Ungaretti y del propio Zweig, como bien lo muestra el film. En uno de los discursos se pronuncian los nombres de famosos intelectuales alemanes, no todos judíos, que debieron o decidieron abandonar su país, entre los cuales se cita a Walter Benjamin, Thomas Mann y sus hermanos, Bertold Brecht, Erich Maria Remarque y Einstein. El clima de tensión reinante en Buenos Aires está bien logrado y la reproducción histórica resulta acertada, con una muy buena caracterización del actor Josef Hader, que mucho se parece al escritor vienés.
La película da un salto de cinco años y se posiciona en Bahía, en una visita a un predio donde se cultiva la caña de azúcar. Ya lo acompaña su segunda esposa, Lotte, y quien hace de guía es un personaje probablemente ficticio (Victor D’Almeida), a quien da vida nuestro Nahuel Pérez Biscayart (Lulu, 120 latidos por minuto). La inserción de este capítulo no es caprichosa, sino una explicación de los motivos que lo llevaron a mudarse a nuestro vecino país, pues, como él mismo afirmaba, “Brasil es el país del futuro”. Ya en la introducción se ve la recepción que le brindaron en una comida, donde acudió la hija del presidente Getulio Vargas.
Uno de los momentos más trascendentes de la película es aquel en que (también en 1941) visita Nueva York y reencuentra a su primera esposa, Friderike von Winternitz. Lo que no se menciona es que fue ella quien años antes había contratado a Lotte como dactilógrafa para la redacción de sus libros. Y lo que este cronista opina y pudo investigar es que de no haberse separado de Friderike (Fritzi), quizás muy diferente hubiese sido el destino de Zweig. La excelente Barbara Sukowa, vista en tantas películas de Margarethe Von Trotta (Las hermanas alemanas, Rosa Luxemburgo, Hannah Arendt y la banalidad del mal) logra transmitir la clase de Friderike (por cierto, ella escribió sin ningún rencor no una sino dos biografías, la segunda con muchas fotos).
El cuarto episodio y el epílogo transcurren en Petrópolis (cerca de Rio de Janeiro) y ya se lo ve poco motivado por vivir y angustiado por la Segunda Guerra Mundial. Reencuentra a su amigo Ernst Feder y vive cerca de la casa de Gabriela Mistral. Ellos serán algunos de los testigos de su trágica muerte. La película cierra con el célebre texto de su última carta (verdadero testamento) a la cual alude el título original del film (Antes del amanecer).
Es probable que Stefan Zweig: Adiós a Europa motive a algunos de los espectadores a conocer más sobre su vida. Para ellos se recomienda la lectura de El mundo de ayer (su autobiografía) y Morte no paraíso (en portugués) de Alberto Dines, el mayor especialista (y amigo) de Zweig en nuestro continente.