Ni en la derrota se apuesta el rigor
En la película que retrata la última parte de su vida, Josef Hader se pone en la piel de un Stefan Zweig que renuncia al eslogan en pos de una postura meditada.
Se supone que a las películas basadas en una –célebre- vida real uno puede sacarle más provecho si conoce de antemano al personaje. Por lo general, o vienen a rendir honores o pretenden iluminar la cara que en vida quedó a oscuras. En Stefan Zweig: Adiós a Europa (Stefan Zweig: Farewell to Europe, 2017), tercer trabajo de la actriz Maria Schrader tras las cámaras, por suerte no hay escándalo que ventilar y, si se trata de un homenaje, es igual de mesurado que el personaje reconstruido en la ficción. Hasta puede que no constituya un gran valor tener conocimiento previo sobre la vida del escritor o sobre su obra, porque de sus libros no hay más referencia que unos pocos diálogos y para contextualizar su vida basta con saber que hubo una guerra mundial donde el bando de Hitler estuvo cerca de ganar el siglo pasado.
En su momento, durante los años veinte y treinta, Zweig fue una figura muy popular. Su presencia era bienvenida, requerida y, en más de una ocasión, provechosa: no era raro que quisieran –tanto la prensa como la política- sacar alguna frase de su boca para usar después en favor propio. Si bien la película está estructurada a partir de los viajes que, tras haber tenido que abandonar Alemania, lo llevaron a recorrer principalmente todo el continente americano, la premisa gira alrededor de aquello que no le pudieron hacer decir en un principio: durante su estadía en Buenos Aires en un congreso de escritores le piden que se pronuncie en contra del nazismo, a lo que Zweig se opone –no por pensar distinto, sino porque al parecer siempre prefirió las reflexiones concienzudas al fervoroso calor de la opinión pública-.
Del Amazonas a la Argentina para llegar –tras un breve reencuentro con Europa en Inglaterra y Francia, omitido en la narración- a Estados Unidos y terminar sus días de vuelta en Brasil, la última parte de su vida estuvo signada por las noticias que le llegaban de la guerra y los intentos por salvar a los conocidos que huían de allí. El mayor mérito de la película quizá sea al mismo tiempo una decepción para los amantes del género: todo se basa en una lenta putrefacción. El cauteloso Zweig acomodado del congreso en Buenos Aires cede muy de a poco a la desesperación y la tristeza insondable. La puesta en escena, por su parte, no concede puntos al efectismo y conserva la sobriedad formal. Los planos, por lo general fijos, se instalan en cada escena. Para muestras sobra un botón: el epílogo es un ejemplo de rigor a la hora de tomar decisiones.