UNA TRISTE DESPEDIDA
Stefan Zweig: adiós a Europa arranca y termina con dos planos notables, ambos fijos, y que son los mejores momentos de la película. Si bien son planos que evidencian una arquitectura algo artificial, logran transmitir lo que cada espacio representa: rituales sociales determinados por la presencia de los cuerpos y su significado. En el primero de ellos un grupo de sirvientes prepara la mesa para el encuentro-homenaje al escritor Stefan Zweig, con diálogos que entran y salen del campo sonoro, y que evidencian la trivialidad que bordea lo transcendente, que finalmente ganará el centro del plano. En el segundo de ellos, la tragedia se deja ver apenas reflejada en un espejo, mientras los personajes construyen una suerte de coro mortuorio entrelazado con lo administrativo del procedimiento policial. El prólogo y el epílogo no sólo permiten vislumbrar el choque entre el mundo público y el privado del personaje, si no que logran además avanzar hacia el carácter trágico del protagonista. La directora y guionista Maria Schrader elabora así un par de grandes momentos cinematográficos, donde la información es dosificada de forma sutil y elegante.
Como mayor cuestionamiento a Stefan Zweig: adiós a Europa podemos decir que Schrader no logra sostener esa intensidad formal durante el resto de un relato que, si bien elude con inteligencia el biopic más llano, avanza con cierto convencionalismo y demasiado sostenido en lo que los personajes tienen para decir. Zweig (gran actuación de Josef Hader) fue un escritor muy reputado durante la primera parte del Siglo XX, que tuvo que emigrar a Brasil cuando el nazismo comenzó a tener poder en Europa. En su persona, mientras acude a encuentros de intelectuales en Buenos Aires, visita pueblos y ciudades de Brasil, y se reúne con otros exiliados en Nueva York, la película pone el peso de las contradicciones. Si por fuera de lo formal hay algo valorable, es que Schrader nunca construye un personaje sin dimensiones, ni mucho menos un héroe marmóreo: si su visión de lo que el artista y el intelectual deben ser en tiempos convulsos está clara (lo dice en un atractivo intercambio que tiene con la prensa), la película nunca la hace suya. El Zweig del relato es un personaje con dudas, que reniega del lugar que la historia desea darle y que se siente incómodo en espacios donde lo político se explicita y se vocifera. Lo suyo es, por tanto, el gesto, el del europeo que se siente obnubilado ante ese nuevo mundo que le ofrece la selva brasileña, pero también el del ser trágico que avanza hacia su inexorable extinción frente a un mundo que sólo ofrece horror.
Como decíamos, la película atraviesa los últimos años de la vida del escritor y se acerca al biopic sólo en el hecho de que relata episodios reales sin intenciones de wikipediarla. Lo interesante es su construcción, que elude los arcos dramáticos convencionales para avanzar con una capitulación que hace centro en los viajes del protagonista. Por eso el epílogo, en caso de no conocerse la Historia, surge como imprevisto (también porque el cambio en la apuesta formal es radical). Pero a no engañarse: en cada movimiento de Zweig aparece el camino inevitable, todo su recorrido es una ligera despedida no de Europa, si no del mundo. Tal vez si Schrader hubiera arriesgado más, como en el prólogo y el epílogo, estaríamos ante un gran film. Así, en todo caso, la película se va apagando un poco como la vida del propio Zweig.