En los tres simples actos de los que consta Steve Jobs, el director británico Danny Boyle, el guionista Aaron Sorkin y Michael Fassbender logran venderle al espectador un atisbo a la vida de este absoluto genio de la informática, sin perder nunca el hilo, sin explicaciones de mas ni grandes aspavientos. Son momentos claves en la vida de Jobs, y el espectador está presente en modo omnisciente, siendo partícipe de todo lo que sucede sin perderse detalle alguno. Y aunque la verdad está dramatizada como es usual, es relevante el retrato humano alrededor de una figura icónica de la tecnología que disfrutamos todos hoy en día.
Para empezar, no estamos frente a una biopic de esas que comienzan con la vida del sujeto en cuestión, y terminan en cierto punto, mayormente la muerte del interesado. No, el camino de Boyle y Sorkin es otro. Es tomar ciertos puntos claves y enfocarse en los mismos, sin masticar la información para el espectador, sin darle nada servido en bandeja. Steve Jobs era un ser humano como cualquier otro, un genio algo incomprendido que tenía sus manías, vicios y fallas, pero que nunca dejó de avanzar en pos de lo que él creía que era el futuro tecnológico. Si en el camino lograba enemistar hasta al sangre de su sangre, eso se podía arreglar, pero el futuro venía antes.
Las comparaciones con The Social Network, escrita también por Sorkin, serán odiosas, pero en cierto punto tocan los mismos ejes temáticos. El diálogo tan característico del guionista, rápido y cargado de información, baja un poco de decibeles y resulta mucho más entendible. También, Boyle no es ningún David Fincher, pero su virtuosismo pasa por otro lado. Steve Jobs nunca decae en ritmo; quizás en su acto final, donde la persona poco grata de Jobs se suaviza con el cambiar de los tiempos, pero no por eso se desestima los eléctricos primer y segundo actos, donde hasta la música conducida por Daniel Pemberton se va actualizando a medida que corre el tiempo. Si a principios de año me hubiesen dicho que iba a disfrutar como loco de una película donde se presentaban tres productos electrónicos, dos de ellos fallidos, no les hubiese creído en lo absoluto, pero Boyle tiene dedos y ojos mágicos, y lo que parecía otra biografía aburrida tiene un ritmo explosivo y cautivador.
Cautivador es también el elenco, empezando y terminando por la pièce de résistance que resulta la interpretación de Fassbender como el titular de la película. El británico se memorizó el libreto por completo, así que no es casualidad que su Steve sea un personaje magnético, imposible de despegar los ojos de él incluso cuando está siendo un pedazo de basura frente a su hija y la madre de la misma, a la cual les niega el salario familiar de una manera horrible y fría. Detrás de ese genio había un ser humano muy frío, y Boyle y Fassbender se encargan de demostrarlo, aunque para el final hay una concesión bastante liviana y la emotividad prima ante todo. Entiendo este punto, no querían que Steve fuese un villano calculador, pero se nota una pulida de más en dejarlo bien parado. Pero Fassbender no es el único que destaca; así también lo hace Kate Winslet como la asistente de marketing y consejera personal de Jobs, cuya trayectoria fue ligada a la de él y siempre le hizo frente incluso en sus peores momentos. Jeff Daniels no pierde un segundo en volver a estar bajo el libreto de Sorkin, ya que es un maestro en la velocidad inaudita de los parlamentos del guionista, y su personaje tiene varios cruces verbales con Jobs que al terminar dejan al espectador más exhausto que una escena de acción de quince minutos. Y obvio, Seth Rogen volviendo a experimentar con el drama, territorio que le sienta muy bien al comediante.
Menos experimental que sus trabajos usuales pero no por ello menos electrizante, es otro gran plato fuerte de Danny Boyle. Ojalá todas las biografías tuviesen el ritmo y calidad presentes acá.