Cuando la estatua es humana.
En enero de 1984, Steve Jobs se preparaba para mostrarle al mundo el invento del cual más se jactaba. En una presentación multitudinaria, daría luz a la Macintosh, una de las primeras computadoras diseñadas por Apple. En una jugada de marketing que oscilaba, como tantas otras decisiones suyas, entre la astucia y la arrogancia, Jobs insiste en venderla tal cual fue ideada, aunque eso significara que prácticamente ningún usuario entendería del todo para qué serviría. Con un costo mucho mayor que el de su competencia, la Macintosh no presentaba ninguna ventaja por sobre las otras computadoras de la época. Pero Jobs insiste: “la gente no sabe lo que quiere”, dice, “hasta que se lo mostrás”.
Esa frase, pronunciada por un Jobs interpretado por Michael Fassbender en la reciente Steve Jobs, resume a la figura que Danny Boyle quiere presentar en su nueva película. Escapándose del cliché que hace fallar a tantas películas biográficas, donde el protagonista es ensalzado -qué fácil hubiera sido caer en “la película sobre el hombre que empezó en un garaje y terminó siendo dueño de Apple”, y qué alivio que no fue así- Boyle decide retratar a Jobs con solo tres momentos de su carrera. La película entonces muestra el detrás de escena de las presentaciones de las computadoras Macintosh, NeXT e iMac. Esta estructura permite no solo crear un retrato original de Jobs, sino que ilustra sus más grandes triunfos y derrotas, sus delirios de grandeza y sus inseguridades ante el fracaso. En un trabajo de montaje impecable, Boyle logra también incluir algunos flashbacks de la vida de Jobs, creando así un retrato complejo y, por sobre todas las cosas, humano.
La mayor astucia de Boyle yace en aprovechar estos tres momentos no para mostrar a Jobs como el hombre que cambió la historia de la tecnología, sino para mostrar cómo Jobs creía eso de sí mismo. De algún modo, lo más interesante de esta película es su cualidad de autorretrato, donde el personaje principal constantemente se define, y muy conscientemente, a través de sus acciones y palabras, y donde nos encontramos con un hombre sumamente arrogante y condescendiente para con todos. La pregunta que presenta Boyle es, de algún modo, si esta arrogancia representa un real desprecio por la inteligencia de los demás o si simplemente la susodicha se sostiene en una gran inseguridad de Jobs, y lo entretenido de la película será seguirlo de cerca e intentar llegar a una respuesta.
Sin embargo, más allá del gran trabajo de dirección por parte de Boyle y de las excelentes actuaciones por parte de todo el elenco -Fassbender y Kate Winslet resaltan especialmente- el motivo por el cual esta película funciona tan bien tiene nombre y apellido: Aaron Sorkin. El guionista de series brillantes tales como The Newsroom y de películas galardonadas como Red Social es un genio del diálogo. No hay palabra dicha tan dinámica como las de sus obras, donde toda interacción rebalsa de astucia y de humor, de ironía y honestidad. No había hombre mejor para retratar a una figura tan polémica como la de Steve Jobs, a la cual se ha declarado brillante y horrible, y todo lo que está en el medio. Sorkin hizo un gran trabajo dándole voz a Jobs precisamente porque no trabaja con el blanco y el negro. Las palabras pronunciadas por sus personajes y, por tanto, la psicología de los mismos, es mucho más compleja que eso, y su contenido y tono logra siempre mantenerse en un gris, en un espectro de mensajes y modos que hace sus películas fascinantes.
Podemos decir, entonces, que esta biopic no es ni un drama ni una comedia, sino que pertenece a ese género magnífico en el medio: gracias a ese género, Sorkin construye una historia -ya conocida por todos- que resulta sorprendente y dinámica en todo momento.