Noche y día
Utilizando un minimalismo absoluto, producto del crowfunding con el que se logró financiar la película, el director Rodrigo Sorogoyen marca en Stockholm un proyecto de dos caras, tan marcadas como diferentes. Es un ejercicio fílmico que tiene potencial, pero nunca es explorado a todo vapor, sino que se queda en el borde y no llega a mayores.
Sorogoyen se suma a las huestes que amaron Before Sunrise de Richard Linklater y la primera mitad de su película es la típica situación chico conoce a chica, los siguientes descarados intentos de él por conquistarla a toda costa y la reticencia de ella a caer por sus trucos. Hay unos 45 minutos que pueden resultar tediosos por el ida y vuelta de la pareja, la indecisión y frialdad de ella, pero con cada conversación se va develando un poco más lo que esconde cada uno detrás de sus fachadas. Cuando la noche deja paso al día, cada uno debe afrontar las consecuencias de sus actos en una segunda mitad más interesante, que cambia de registro y se torna más oscura, incluso cuando la escenografía destaque por el blanco inmaculado del departamento de él.
El azul y negro boca de lobo de la ciudad, esas calles que son protagonistas de este romance dan paso al blanco pristino que esconde la conducta secreta de él y ella. Da la sensación de que Sorogoyen estaba realmente más interesado en contar la otra cara que crear una relación verosímil, y por eso la primera mitad resulta tan tediosa. Pero, si vamos al caso, la construcción, aunque endeble, funciona para justificar el giro de los acontecimientos que toma la película. No quiero develar mucho porque de ese giro depende el recorrido final de la trama, pero ya por el título se puede ir vislumbrando para donde va el final.
Javier Pereira y Aura Garrido son los encargados de llevar adelante esta historia minimalista, donde él seduce con una personalidad alegre y totalmente positiva, mientras ella es reducida al papel de víctima, esa chica que resiste cualquier embate amoroso pero que al final cede. Para la segunda mitad, las personalidades irán oscureciéndose lentamente, dando paso a otros aspectos de la pareja. No estoy muy seguro de si Sorogoyen quiso darle mucho peso a este cuento cauteloso sobre los romances de una sola noche, pero cuando parece que toda la situación está por estallar, no lo hace y se desinfla, dando paso a una escena final que es mucho ruido y pocas nueces.
No se si hay una gran moraleja detrás de Stockholm, pero el pequeño juego del gato y el ratón que se marca Sorogoyen es suficientemente entretenido de ver para dejar un par de interrogantes una vez terminada. Se le perdona su austeridad en pos de un relato convincente y sin muchos artificios, pero le faltó un subidón de intensidad para elevar la propuesta hacia otros destinos.