Sublime

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Sublime": relato de crecimiento y salida del closet.

Juventud, divino tesoro. Aunque, como cualquier padre o madre de adolescentes sabe, la etapa previa al ingreso a la adultez suele tener sus complicaciones. En Sublime, primer paso como realizador de Mariano Biasin luego de una importante carrera como asistente de dirección, otra frase popular le va como anillo al dedo al protagonista: “La procesión va por dentro”. Manuel, un chico de 16 años, pasa los días ensayando con su bandita de rock, cumpliendo las obligaciones escolares y acercando el bochín hacia un primer encuentro sexual con su amigovia. Pero hay algo que parece estar carcomiéndolo, una angustia que no logra verbalizar ante nadie y que incluso reprime para sí mismo. Sólo en sueños logra acercarse a las emociones y deseos que en la vigilia protege bajo varias llaves. Manuel (el actor Martín Miller, otra primera vez en la película) está enamorado de Felipe, su amigo de toda la vida, desde que eran muy pequeños, como consigna el breve prólogo que presenta a varios de los personajes de la historia.

Sublime sería una película muy distinta si transcurriera en una gran urbe como Buenos Aires, y Biasin aprovecha el contexto de una ciudad balnearia fuera de temporada para purgar el relato de crueldades. No hay aquí acosos escolares ni demostraciones de homofobia, ni siquiera un marco de agobio externo al propio Manu, cuyos miedos parecen estar más relacionados con el contexto social y cultural en el cual creció. Sus padres suelen discutir e incluso algunas noches duermen en camas separadas, pero resulta claro que el clima familiar siempre fue equilibrado, respetuoso y lleno de cariño (Javier Drolas interpreta al padre, luthier de profesión, hombre comprensivo y siempre presente). Pero el muchacho no puede impedir que los cambios de humor, los enojos y las encerronas en el cuarto pauten su existencia. Afuera, cuando junto a Felipe componen una canción o simplemente disfrutan del tiempo libre, los silencios cada vez más marcados de Manu señalan una incomodidad que poco tiempo antes era desconocida.

Es necesario utilizar un par de precisos términos del habla inglesa: Sublime es al mismo tiempo un coming-of-age y un coming out, es decir, un relato de crecimiento tradicional en el cual un closet firmemente cerrado comienza tímidamente a abrirse al exterior. El realizador obtiene del joven reparto performances naturalistas –aunque claramente signadas por un guion clásico en su estructura y recorrido– que en gran medida resultan creíbles y frescas. El otro aspecto destacable, y nada menor en la trama y la forma del film, es la música: la fiesta de cumpleaños de uno de los miembros del cuarteto, un pequeño evento con recital incluido, es la excusa para que la trama incluya varias escenas de ensayos previos. Compuestas por Emilio Cervini, las canciones beben del post punk más melódico, no tanto compañía como complemento esencial de la historia. Presentado a comienzos de este año en la Berlinale y hace apenas unos días en el Festival de Mar del Plata, el de Biasin en un intento, en gran medida logrado, de acercar a un público amplio un territorio (un género, incluso) que en nuestro país no suele salir de los círculos más internos del cine independiente.