TÚNELES DE LA MEMORIA
La cámara recorre en detalle un mural de la estación Avenida de Mayo del subte C. Se detiene en cada fragmento como si buscara palpar sus líneas, sentir los movimientos de las figuras, aprehender los trazos; como si aquellos elementos pudieran desprenderse de la retina o de la memoria.
Ese mismo miedo se refleja en Tadeusz (Héctor Bidonde) a través de dos vías: por un lado, la perturbación tanto del olvido (tiene 90 años) como del pasado cada vez más inmerso en su realidad; por otro, el temor a la pérdida de la pasión, que el protagonista despliega en determinadas acciones como el juego al ajedrez o una vida sexual bastante activa.
Dado que esta segunda vertiente imprime una mayor preocupación, el pedido de Tadeusz hacia Orlando, hijo de un amigo fallecido del protagonista y quien cuida de él, se torna una suerte de leiv motiv: es necesario el cambio de las pastillas para recuperar el ardor de la vida. Sin embargo y por momentos, el recurso empleado por el director Alejandro Magnone carece de eficacia transformándose en una herramienta abusiva y tediosa, una especie de excusa para generar quiebres y matices en los personajes que quedan truncos o a medio camino.
Otra operación similar ocurre con el título de la película: Subte Polska. Si bien se puede pensar desde una línea de tiempo –de la juventud cuando construía los túneles del subte hacia la vejez– aunque sin una mirada puramente cronológica puesto que se juega con el presente y el pasado, el título también convierte en predecible el deseo del protagonista, hecho latente durante todo el filme y reforzado a partir de la aparición de su amigo el Tano (Miguel Ángel Solá), sobre todo, en la última conversación entre ambos.
Resulta interesante el trabajo de los recuerdos ya sea a partir de la imagen o del sonido o de su combinación. Por ejemplo, en una de las escenas donde Tadeusz recorre el andén del subte y se queda mirando uno de los murales, la cámara se cierra de a poco en un primer plano de su rostro y suena música. El fondo es blanco, etéreo y luego, Tadeusz se introduce en la pintura y habla con Nuria, una novia española. Cuando la remembranza acaba se lo muestra con el cachete sobre la pared y en la misma pose que con la joven mientras la gente lo mira con desconfianza.
La necesidad de quiebre entre evocación y realidad se vuelve apremiante. Tadeusz lo sabe, lo siente. Como ese contacto de su piel arrugada con la pared del mural del andén que tanto tiempo recorrió. El subte pasa, se detiene y vuelve a arrancar. Tadeusz también.
Por Brenda Caletti
redaccion@cineramaplus.com.ar