Se puede perdonar de un filme infinidad de deslices, errores, omisiones, discontinuidades, problemas en su estructura, inverosimilitudes, tanto del guión como de la actuación, cuando el producto en su conjunto supera la mediocridad general.
Pues bien, qué pasa cuando la medianía general no es superada y todo esto se presenta de manera conjunta para que la historia sea tierna, melancólica, y a partir del personaje principal, empática por donde se la mire.
Claro que los deslices no terminan ahí. Siguen hasta convertir a la realización en un monumento de inverosimilitudes.
La historia se centra en Tadeusz, un inmigrante polaco, judío nonagenario, convengamos que ese nombre, netamente católico (de origen griego), para esa época en Polonia y dentro de la comunidad judía, es muy raro.
Llegó a Buenos Aires autoexiliado luego de la guerra civil española, en la que luchó para los republicanos.
Consiguió trabajo como obrero en la construcción de los túneles de las líneas de subterráneos (que ya estaban construidos. Es un desliz, ¿quién se fija?, sólo que el personaje lo repite varias veces). Está atormentado por la pérdida de su virilidad pues la medicación que toma para su probable e incipiente demencia senil le produce impotencia sexual o disfunción eréctil, término más moderno.
Al mismo tiempo que es visitado por los fantasmas del pasado, el recuerdo de sus amores pasados, vividos como reales hoy, le trae más de un problema de convivencia dentro de la sociedad.
Pero todo esto es construido por una sucesión de escenas que nunca presentan un conflicto determinado, por lo cual no hay desarrollo de algo que se le parezca. Lo mismo pasa con el resto de los personajes, no hay evolución ni desarrollo de ninguno.
Héctor Bidonde, salvo un pequeño detalle, esta muy bien en el papel, sus recursos histriónicos son variados, múltiples, para expresar sentimiento, emociones varias, es un personaje que se hace querible, entrañable. Salvo que no parece ser un inmigrante polaco judío que haya llegado rondado sus treinta años, su forma de hablar lo hace más porteño que Gardel, la avenida Corrientes o el Café Tortoni.
Si es una maravilla la composición que realiza Miguel Ángel Sola, en los pocos minutos que aparece da una lección de actuación en todo sentido, muy similar a los trabajos de Manuel Callau y Lidia Catalano.
El resto del elenco cumple, con altibajos, al igual que los recursos técnicos, ni buenos ni malos. Correctos
Es una lastima que un discípulo de José Antonio Martínez Suárez, profesor excelso de guión, haya fallado justo en ese rubro.