Excelente Bidonde en un film entre la broma y la nostalgia
Por primera vez en su larga carrera, Héctor Bidonde tiene un protagónico en el cine. Le toca hacer un viejo polaco de mayor edad que él, pero igual de animoso. La diferencia es que ese viejo, largamente jubilado, tiene preocupaciones menos espirituales. Le obsesiona la disminución de su virilidad. Pero también le obsesiona, cada vez más, el recuerdo de un amor que tuvo cuando era un joven idealista. Ambos combatían en la Guerra Civil Española, hasta que él comprendió que la cosa no daba para más, y ella, despreciándolo, prefirió seguir la lucha.
Como advertirá el lector, aquí hay material para la broma y para la nostalgia. En lo primero se suman Lidia Catalano como una veterana alegremente dispuesta para la guerra de dormitorios, Manuel Callau en rol de kioskero divertido, y Ana Federik en breve aparición como amable vendedora de sexy shop. La nostalgia tiene otro peso. Y el orgullo, porque el hombre, después de la guerra, fue aquí uno de los obreros que ampliaron las líneas del subte.
Un solo amigo le queda de aquel entonces, un compañero de trabajo que también fue combatiente, pero de otro frente. "Nunca fui fascista, siempre fui de la Sampdoria", se defiende ahora el otro, deliciosamente interpretado por Miguel Ángel Solá jugando al sainete criollo con Bidonde. Muy linda junta, los mejores momentos, lástima que ocupe pocos minutos.
Irregular pero afectuosa, la historia agrega un detalle que hace avanzar la trama: el viejo está medio gagá pero, milagrosamente, sigue siendo un notable amateur del ajedrez. Sólo falta que sus allegados descubran ese talento. Sólo falta, además, que un pibe empiece a rastrear a la noviecita de aquellos tiempos. Internet puede todo. Y los buenos sentimientos pueden más, todavía, para que el público salga de la sala con una sonrisa. Alan Daicz, Analía Malvido, Marcelo Xicarts integran el elenco. Autor, Alejandro Magnone, verdadero independiente.