Bienvenidos al paraíso: como los Coen, pero sin ironía
George Clooney dirigió una película que bien podrían haber filmado Joel y Ethan Coen, autores del guión original. Es que todo en esta historia basada en hechos reales y ambientada en un suburbio de clase media en 1959 (el tono, el diseño, el sentido alegórico, el humor negro) remite a la obra de los creadores de Fargo. El problema es que Clooney se queda con la obviedad, el artificio y pierde la ironía, la acidez y la capacidad de sorpresa de los hermanos. Hay muchos interesados en sumarse a ese barrio semicerrado que da título al film. Allí vive el financista Gardner Lodge (Matt Damon) con su esposa y su cuñada (ambas interpretadas por Julianne Moore) y su hijo Nicky (Noah Jupe), pero la armonía del lugar se derrumba tras un asesinato y cuando una familia afroamericana se instala al lado. Los vecinos organizan asambleas y luego pasan a la acción.
En los mejores pasajes del film, que remiten a clásicos del cine negro como Pacto de sangre, Gardner intenta cobrar un seguro, pero la visita de un incisivo representante de la aseguradora (Oscar Isaac) amenaza su objetivo. Suburbicon cuestiona aspectos de la sociedad estadounidense (el racismo, la paranoia, el individualismo, la ambición desmedida y la hipocresía) y, si bien no es difícil trazar paralelismos con la era Trump, Clooney cede a la tentación de la metáfora obvia con un resultado que está al borde de lo caricaturesco. La acumulación de miserias y bajezas humanas, la explosión de violencia extrema y la moraleja subrayada la convierten en una película por momentos manipuladora e irritante.