Suburbicon es una película con los géneros completamente cruzados, pero no en el sentido innovador o siquiera intencional, sino en el sentido más equivocado posible: cuando quiere ser una comedia, es un drama, y cuando intenta ser un drama, fracasa como la peor comedia.
George Clooney dirige un guión alguna vez abandonado por los hermanos Joel y Ethan Coen (quizás debió fijarse porqué el proyecto nunca despegó en un principio), y por momentos se nota. Claro que está en la tradición de sus comedias negras como Quémese después de leerse y no sus dramas o policiales más serios, aunque hay también ecos de Fargo. Todos los elementos a los cuales los directores de No es lugar para los débiles nos tienen acostumbrados están presentes, y por momentos cuesta olvidar que es Clooney quien dirige, y no ellos. Y eso es una verdadera lástima, porque ya no se puede (hace rato) decir que Clooney es antes un actor que un director, porque supo demostrar desde sus inicios un enorme talento y pulso para estar detrás de cámara (siempre estarán allí Confesiones de una mente peligrosa y Buenas noches y buena suerte para demostrarlo).
La trama avanza a fuerza de un enredo digno de un film noir bastante clásico, con toques de humor negro: hay un crimen que queda impune, pero cuando aparece la posibilidad de cerrarlo, sorpresivamente las víctimas se convierten en los victimarios. A partir del siguiente momento, y aunque las siguientes escenas pueden verse ya en el trailer (e inferirse a los veinte minutos del film), conviene hacer una alerta de spoilers. Concretamente, el punto de partida de Suburbicon es un asesinato que parece fruto de un siniestro, que sucede en el interior de una familia resquebrajada. Un robo que sale mal y deja a un hombre viudo (Matt Damon), que sin embargo no parece demasiado afectado, al menos no puertas adentro. El problema es que hay también un niño que ahora quedó huérfano, y no entiende porqué su tía (repetitiva Julianne Moore) y su padre no parecen tan empecinados en atrapar a los responsables.
Suburbicon juega al esquema de traiciones, estafas y el “nada es lo que parece”, pero lo hace desde un tono grotesco que no termina de causar gracia, pero tampoco alcanza las notas necesarias para calificar como drama, o siquiera policial. Es una película rota, huérfana y devastada. Tanto como la familia que busca retratar sin éxito.