Dulces y peligrosas
Supra-sensorial, agotadora, ambiciosa, salvaje, ominosa, lúdica, burbujeante, Sucker Punch: Mundo surreal (Sucker Punch, 2011), o el nuevo film del siempre alegórico Zack Znyder, es una experiencia cinematográfica en toda la acepción del término.
Producida por el propio Zack y su esposa Deborah Snyder a través de su compañía Cruel & Unusual Films, Sucker Punch tiene como protagonista a la bella y angelical Baby Doll (Emily Browning, la hermana mayor de Lemony Snicket, una serie de eventos desafortunados (2004). Las cosas no pueden ser peor: a la muerte de su madre en la escena inicial, se le suma un padrastro pederasta cuyo objeto de devoción tiene la forma de su hermana menor. Harta de los ultrajos propios y ajenos, Baby Doll planea la venganza ultimándolo a tiros. Pero la bala hace una carambola que encuentra su destino final en el cuerpo de su hermana. Desconsolada, su tutor la interna en un instituto neuropsiquiátrico para lobotomizarla.
A partir de esa secuencia inicial musicalizada por una versión del ochentoso “Sweet Dreams” de Eurythmics (el nosocomio se llama Lennox) tan hipnótica como perturbadora, comienza un auténtica rareza: un tour de force menos físico que mental disparado por la particular metodología de la psicóloga de turno (Carla Cugino), en la que propone exorcizar los demonios mediante el teatro y el baile. Baby doll tiene un poder de abstracción fantástico que le permite sumergirse en fantasías no sólo a ella, sino también a sus ocasionales espectadores. Es así que la fuga comienza a ser una posibilidad latente. Con el encanto natural de la bailarina, cuyo contorneo induce al ocasional espectador a una especie de coma farmacológico, más la logística complementada por sus compañeras de nosocomio Sweet Pea (Abbie Cornish), Rocket (Jena Malone), Amber (Jamie Chung) y Blondie (la morocha Vanessa Hudgens) será fácil conseguir los elementos indispensables para una fuga.
Znyder es un director que no se anda con chiquitas. Descubierto por la gran industria por la remake homónima de El amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 1978) en 2004, se consolidó con un artífice de mundos compuestos por una enorme carga visual con la homoerótica 300 (2006). Siguieron dos pasos en falso, no tanto desde lo artístico como desde lo económico. Watchmen - Los vigilantes (Watchmen, 2009) y Ga'Hoole: La leyenda de los guardianes (Legend of the Guardians: The Owls of Ga'Hoole, 2010) acentuaron lo que en sus films anteriores se maquillaba con espectacularidad, agilidad narrativa y entretenimiento: la búsqueda constante del director por el análisis del comportamiento del hombre en medio de un sistema totalitario y opresivo que lo cercena. En Watchmen el dispositivo era claro: un Estados unidos absolutamente potenciado por su victoria en Vietnam tiene a Richard Nixon en el poder. No ocurría lo mismo con Ga'Hoole, una buena película que pagó caro la imposibilidad de encasillamiento que tanto le gusta a los popes del marketing norteamericano. Demasiado oscura para los niños, algo aburrida para los adolescentes, Znyder se valió de dos lechugas para alegorizar sobre el nazismo y el control total que éste pregonaba.
Sucker Punch tiene el descontrol y la estilización de la violencia de 300 –eso sí, menos sanguinario: el estudio impuso una clasificación PG-13, atando la inventiva de Znyder-, una tratamiento visual oscuro como Watchmen, y una(s) protagonista(s) superada(s) por las circunstancias que actúa(n) bajo presión, como la inocente y naif lechuga de Ga'Hoole devenida en heroína. La novedad radica en el tono narrativo y el desplazamiento del protagonismo al género femenino. Dulces y peligrosas, el quinteto que opera en la realidad virtual de Baby Doll –cada batalla transcurre mientras baila y representa la lucha por un objetivo clave para el plan de escape- está más cerca del sexplotation setentoso reivindicado por Robert Rodríguez y Quentin Tarantino, que a la habitualidad solemnidad de este director.
Y allí gana puntos la película. Porque Znyder ameniza su habitual poder alegórico articulándolo con un carácter lúdico increciente. “Si no defienden algo, caerán por cualquier cosa”, las alienta una suerte de guía táctico-espiritual –¿alguien dijo el Bosley de Los Ángeles de Charlie?- interpretado por un inoxidable Scott Glenn. Y allí irán las chicas, ombligos al aire, acorsetadas por portaligas, minifaldas, botas de cuero, a batallar contra soldados de vapor en la WWI, robots gigantes, horcos y dragones.
Da la sensación que Znyder se desacraliza a sí mismo comenzando a experimentar aún más con las infinitas posibilidades de verter opiniones sobre el mundo y sus circunstancias ya no mediante largos soliloquios moralistas, (Watchmen) u oscuridad (Ga'Hoole), sino a través del descontrol y el anarquismo audiovisual. Es que en Sucker Punch todo es procedente y puede ocurrir. Y ahí está la gran paradoja de un film interesante e inteligente: hace de la anarquía un lenguaje comunicacional para abordar el totalitarismo.