Los primeros minutos de esta producción promete, atrapa, seduce, con escenas que se van jugando, sin demasiada lógica en la construcción, nada lineal de un relato, que a simple vista parece ser un drama, pero trabajado desde el diseño de arte nada convencional para el género.
En esas primeras imágenes se entrecruzan los mundos de lo real y la fantasía, si bien todo es ficción, en su formas plantea un doble juego hasta se podría decir, sin ánimos de ofender a nadie, hitchcockiano. La historia que nos cuentan por un lado y por otro aparecería como una gran representación.
Hasta uno de los personajes define a este espacio como “El teatro”, y en este proscenio vemos a una joven ensayando su papel que interrumpe abruptamente para discutir con alguien, que parece ser la directora, la verosimilitud de las acciones.
Esto sucede en los primeros 10 minutos de proyección.
Luego del auspicioso principio todo se desbarranca en un juego de fuegos artificiales visuales, sin ningún tipo de idea directriz que le otorgue sentido.
La historia podría resumirse así: una joven de 20 años luego de la muerte de su madre, intentará proteger a su hermana menor, oponiéndose al maltrato de su padrastro. No lo logra y se produce el drama, y ella es acusada de matar a su hermanita en pleno brote psicótico.
Internada en un hospital psiquiátrico, tal cual sucede en “Inocencia interrumpida” (1999), como en tantos otras producciones, ella descubrirá, al mismo tiempo que el espectador, que tal hospicio en realidad cumple las funciones de teatro / Burdel donde concurre una selectiva clientela, que pertenece a las altas esferas del poder, la que, al igual que las mismas internas, las consideran mercadería.
Las transacciones, las elecciones, se hacen a través de un espectáculo de baile donde las jóvenes deben desplegar toda su gracia y seducción.
Nuestra heroína, bautizada en el nosocomio como Baby Doll, por su apariencia facial de muñeca antigua de porcelana, recurrirá a la fantasía, o terminará produciendo alucinaciones muy al estilo de delirio psicótico, para intentar escapar de la realidad o la penosa vida que el destino le deparó.
Pero todo es tan confuso que los personajes que rodean a Baby Doll, en la realidad, son incluidos en sus construcciones fantásticas, que se producen cada vez que le corresponde bailar.
En esas recurrencias va logrando objetivos en pos del sueño de la fuga.
El filme va y viene en esos dos mundos paralelos, diferenciándolos estéticamente a partir del color, el sonido, la escenografía y, principalmente, por la estructura de videoclip y del diseño publicitario barato en el que se construye ese universo.
Lo mejor de esta realización, o lo único rescatable, sería la banda de sonido, tanto desde lo específicamente musical como aquello ligado al montaje sonoro.
El director Zack Snyder, responsable entre otras de la incoherente “Ga Hole” (2010) o de la irrespetuosa “300” (2006), queda atrapado en su propia impericia por querer mostrar toda la batería de recursos visuales que posee y se olvida de darle coherencia al relato.