ANIMARSE A NO PENSAR
A Zack Snyder se lo conoce por 300 y Watchmen. Es el prócer del cine pirotécnico. Michel Bay y Bruckheimer son oficinistas agotados comparados con Snyder. Porque a diferencia de esos tipos que hacen un despelote audiovisual que cuesta entender, uno ve un fotograma de Snyder y tiene la certeza absoluta de su autoría. Y si a una estética tan definida y preciosista le sumamos el caradurismo de gastar miles de millones de dólares para hacer del pensamiento republicano una pornografía ideológica, hay que darle méritos y acomodarlo en enciclopedias cinéfilas. No cualquiera te hace sentir estúpido con elegancia.
Lo que filmó esta vez parece ser su declaración de principios: una bulimia de efectos digitales ejecutada por una rubia hermosa pero intelectualmente desnutrida. Porque a medida que avanza Sucker Punch, uno queda estupefacto por la alevosa imposición estética sobre cualquier contenido narrativo coherente.
La trama es absurda, absurda, absurda: encierran a una chica en un neuropsiquiátrico, pero en su fantasía se cree encerrada en un burdel, pero en la fantasía de su fantasía, que aparece cada vez que baila, se cree peleando vestida de colegiala contra robots samuráis, zoombies nazis, orcos, dragones y bombas atómicas, porque, además, resulta que hay ángeles encubiertos que le dan fuerza para ser una guerrera… A medida que Snyder nos mete en estas cajas chinas sinsentido, uno se pregunta indignado “¿Qué, cómo, qué?”. Y Sucker Punch con facilidad puede recibir el calificativo de película-estafa.
No lo es: su exceso de imbecilidad es su grandeza. Toda la inteligencia que Snyder carece para pensar una estructura dramática es compensada por la destreza quirúrgica para hacerle al espectador una lobotomía que lo deje babeando ante secuencias de acción apoteósicas. El virtuosismo técnico funciona como electroshoks. La hipérbole, la cursilería y el cliché son descarados y amorales. Sucker Punch es la última frontera de la cultura pop y razonar sobre lo que se está viendo es desaconsejable. Esta película sólo puede apreciarse en estado de beatitud o con algún daño neurológico.
Lo que convierte a Sucker Punch en un producto extrañísimo que demanda la misma paciencia que el más rebuscado cine iraní. Desafío bastante atractivo, en fin.