Gotas que queman en la piel
Posiblemente a partir del estreno comercial de Sudor frío, la nueva propuesta de terror argentina de la mano de la productora platense Paura Flics –en sociedad con la productora Pampa Films- el público local apoye con mayor entusiasmo al cine de género nacional. El próximo estreno de Fase 7 parece confirmar que algo está cambiando en las distribuidoras locales, siempre que exista el apoyo de la televisión para una promoción y difusión seria.
Las condiciones de producción están más que garantizadas cuando detrás de los proyectos aparecen buenas ideas y un trabajo meticuloso e impecable dentro de los parámetros técnicos que confirman por un lado que no se necesita de grandes presupuestos para lograr películas interesantes y dignas como la que nos espera con Sudor frío, galardonada en el Festival de Cine Mórbido de México en su última edición.
Ya con Habitaciones para turistas, ópera prima de Adrián y Ramiro García Bogliano del año 2004 (editada en DVD) se vislumbraba en primer lugar la inclusión de tópicos locales (pueblos fantasmas, sectas, aborto) encubiertos bajo el pretexto de un género muy poco permeable a desarrollar temáticas distintas y en segunda instancia una conjunción de elementos estéticos que, gracias a la economía de recursos, definían un universo propio y verosímil, donde era apreciable la afición y devoción de los hermanos García Bogliano por el género y sus máximos referentes.
Esas cualidades cinematográficas se multiplican en Sudor frío por tratarse de una historia que busca respetar los códigos del cine de terror, sin despojarse de una identidad propia y arriesgando el empleo de un imaginario popular y los fantasmas que aún habitan en el inconsciente colectivo de la sociedad argentina, más precisamente en lo que se refiere a la dictadura militar con referencias directas a la Triple A y al Ejército Revolucionario del Pueblo.
No es para nada gratuito a esta altura relacionar la historia del Proceso argentino con una trama macabra y terrorífica donde la tortura y la impunidad del torturador quedó garantizada gracias a la idiosincrasia que supimos conseguir. Por eso el siniestro relato, esbozado a partir del guión coescrito junto a Hernán Moyano (ver entrevista), toma los resabios de la época de los años de plomo para definir a los personajes maquiavélicos, en este caso una pareja de ancianos (uno de ellos recuerda al mítico Natan Pinzón) que además de arrastrar el paso de los años cargan con la cuota precisa de miserabilidad en los oscuros rincones del alma.
En una vieja casona a plena vista de todos y de una ciudad dormida y autista se llevan a cabo las peores aberraciones utilizando el señuelo de un chat para convocar a chicas incautas y así someterlas a un verdadero infierno. Allí, llegarán un joven (Facundo Espinosa), quien con la ayuda de una amiga (Marina Glezer) siguen el rastro de su novia (Camila Velasco), quien supuestamente conoció a otro joven por vía del chat y se ha reunido con él en la mencionada casona.
Sin prolegómenos y con un prólogo que rescata material de archivo de la época, Adrián García Bogliano nos introduce en los interiores del tenebroso refugio, a fuerza de tensión y una atmósfera claustrofóbica que no da respiro y en la que la mezcla de sonidos aporta un interesante clima perturbador, muy bien acompañado por la banda sonora a cargo de Facundo Espinosa.
El tratamiento de la imagen es cuidado y meticuloso en materia de texturas y colores, así como el juego permanente de contrastes y clarososcuros que remiten al cine de terror de otras épocas. También los primerísimos primeros planos sobre el cuerpo realzan el aspecto físico y visceral del film con una justa dosis de sangre y extremidades por los aires, sumada a una que otra sorpresa que por motivos obvios no revelaremos y donde se destaca el prolijo trabajo de maquillaje.
El elenco cumple desde el punto de vista dramático y físico. Es destacable y meritorio del guión que la mayoría de las acciones están justificadas –inclusive los pechos de Camila Velasco- dentro del verosímil permitido que de antemano escapa al registro realista cuasidocumental bastante vapuleado últimamente por otras propuestas de igual corte.
Tal vez donde no se hayan consumado las intenciones del guión es en los intentos de humor y escenas bizarras, a pesar de que estas aparecen en cuentagotas.
Teniendo en cuenta que el antecedente más cercano de cine de terror vernáculo fue el film de Sergio Esquenazi, El visitante de invierno, y sus resultados formales quedaban a medio camino, el caso de Sudor frío no transita por los mismos desniveles narrativos; utiliza de manera más inteligente los recursos cinematográficos en pos de la funcionalidad de la historia y abre de forma definitiva el camino para que la industria aletargada del cine argentino comience a mirar desde adentro hacia afuera y no al revés, y por fin se quite el lastre del prejuicio ante el cine de género.